La experiencia del porno en nuestras vidas, desde que asomamos adolescentes a su mundo, ha sido la de una ceremonia privada, íntima. Fue la del descubrimiento de universos posibles como múltiples: desde la experiencia velada, propia, a vivenciar el deseo a través del otro, en los otros, en los cuerpos del ‘otro’ en la pantalla, real en tanto fantasías mediatizadas en esas sucesiones de escenas de sexo en todas sus variantes. El porno ha sido desde siempre llano, brutalmente directo. Y esa experiencia pornográfica subjetiva, la nuestra, no ha sido más que el descubrimiento de nosotros mismos excitados viendo a otros tener sexo, coger, follar.
Envuelto en un velo de tabúes, el porno (sea desde la industria mundial al doméstico de amateurs) nos ha revelado como participantes en condición de voyeurs. Fisgones impúdicos deleitados en la intimidad desde la mirada real vivenciando la fantasía como superadora de nuestros límites/tabúes; la misma que lleva nuestras sensaciones a una plenitud privada con una naturalidad animalmente lógica.
El pudor está ausente. Pero está bien: es bueno que lo esté por su condición de conspirador –resignificado por toda sociedad en base a normas y valores culturales y morales– de la más obscena libertad, necesaria para los cuerpos que desean la perturbación del sexo directo que demandamos.
La imaginación que despierta la escena de dos o más personas cogiéndose entre sí, aun ficticia, aun actuada, revela el misterio de lo obsceno, de lo ‘fuera de escena’. La metáfora se ausenta tan pronto ella se pone, a horcajadas, con la falda subida a la cintura, abre su concha con sus dedos y lujuriosamente su amigo empieza a meter su pija, mientras los estímulos crecen en la escena que se prolonga en distintas posiciones y plano abiertos y cerrados, mostrando al detalle el acto de la fornicación.
Envuelto en un velo de tabúes, el porno (sea desde la industria mundial al doméstico de amateurs) nos ha revelado como participantes en condición de voyeurs. Fisgones impúdicos deleitados en la intimidad desde la mirada real vivenciando la fantasía como superadora de nuestros límites/tabúes; la misma que lleva nuestras sensaciones a una plenitud privada con una naturalidad animalmente lógica.
El pudor está ausente. Pero está bien: es bueno que lo esté por su condición de conspirador –resignificado por toda sociedad en base a normas y valores culturales y morales– de la más obscena libertad, necesaria para los cuerpos que desean la perturbación del sexo directo que demandamos.
La imaginación que despierta la escena de dos o más personas cogiéndose entre sí, aun ficticia, aun actuada, revela el misterio de lo obsceno, de lo ‘fuera de escena’. La metáfora se ausenta tan pronto ella se pone, a horcajadas, con la falda subida a la cintura, abre su concha con sus dedos y lujuriosamente su amigo empieza a meter su pija, mientras los estímulos crecen en la escena que se prolonga en distintas posiciones y plano abiertos y cerrados, mostrando al detalle el acto de la fornicación.
Admitámoslo. Decir/escribir/leer/pensar esa secuencia perturba. La imagen dispara sensaciones que sofocan. El rito de la mirada es transformador. Conduce a los múltiples deseos de cautivarse, estremecerse, corromperse, romper la moderación, saltar al exceso, liberarse. “Las sensaciones a posteriori son realmente buenas: después de haberse masturbado o haber cojido intensamente, el clímax deja en trance y enfrenta amablemente con esa imagen de mí que no reconozco como habitual, aunque paradójicamente resulte ser mi propia imagen reflejada. (…) La fuerza de lo que somos se nos mete por dentro como una energía cautivadora y se expande por los rincones de nuestro cuerpo, cargándonos de una sensualidad desbordante”.
La discusión sobre si el arte y la pornografía son categorías excluyentes que no pueden coexistir, aporta Guadalupe Azul a propósito de “La ceremonia del porno”, de Andrés Barba y Javier Montes (Anagrama) abre un debate en este fenómeno: la mirada, que es lo que el espectador pone sobre la obra y prevalece sobre la excitación como aquello que crea la pornografía de una imagen. De cualquier manera, la cuestión más que centrada en la obra, lo está en el/la pornógrafo/a, en el voyeur, en el fisgón, que es en lo que nos convierte esa sucesión de chanchadas que elegimos ver.
El porno en gran medida es liberador. La ceremonia privada es libertaria. Y bien se riñe con la pública e hipócrita negación social que padece. Eso es de otros. Son otros los que lo conciben, lo ofertan, lo consumen. “En cierto modo, esto es verdad: siempre es otro quien consume porno porque incluso uno mismo, cuando consume porno, es otro”. Es que el porno entraña un mundo secreto íntimo, privado, es un ‘fuera de cuadro’ de lo real: es liberación / goce.
Nuestros encuentros –sin cámaras– son en buena parte una ceremonia porno, porque somos ‘otro’ en ese espacio dialéctico del deseo que se consuma en base a miradas, juegos, concesiones, en el acto del que somos actores y espectadores a la vez. Hay, en cualquier caso, una tácita convención de revelación – compromiso – excitación, que acepta el espectador.
“Del acontecimiento, el espectador se ve obligado a dividirse en dos: uno está convencido de la bajeza de su acción y otro se excita de forma efectiva. Mientras el primero juzga, el segundo se rinde. Sucede que mucha gente prefiere ver en una película porno lo que en la vida real no se atrevería a hacer: ‘Yo puedo desear participar en una orgía. Puedo desearlo intensamente como imagen, incluso cuando sé con toda seguridad que verme expuesto a la situación real de una orgía sería todo menos excitante, y que la realidad abriría frente a mí una cantidad no desdeñable de inconvenientes no considerados en la imagen pura que en mí tiene el acontecimiento de una orgía. Si la deseo es porque anulo todo lo que en ella hay de no-excitante. No deseo, en realidad, participar en ella, pero sí deseo (y absolutamente) que se produzca. Eso no significa que desee vivirla por procuración, sino que, sencillamente, deseo que se produzca, lo que es mucho más complejo y está mucho más acorde con las tesis de la pornografía como ceremonia. Deseo asistir al momento en que se produce. Deseo contemplar el momento en el que acontece fuera de mí. Esa manifestación que contemplo (y que no vivo por procuración, pues no deseo participar en ella) es la corroboración de su posibilidad. Corroborar que es posible y que se está dando de hecho (los actores que están reproduciendo una orgía están, a la vez, participando en una orgía real) sostiene la fantasía como tal, y al mismo tiempo la enclava definitivamente en lo real’”.
Para contribuir con gran sutileza y oxigenante mirada a este mundo, ha aparecido en el último tiempo mi estimada Erika Lust, directora de porno feminista de origen sueco y residente en Barcelona, que también reparte su tiempo como productora, autora y feminista. Erika –licenciada en Ciencias Políticas, especializada en estudios feministas y de género, y master en dirección audiovisual– concibió hace poco “Cinco Historias Para Ellas” (Mejor Película del Año en los Feminist Porn Awards de Toronto, 2008); un film compuesto de cinco historias eróticas paralelas, dirigido principalmente a mujeres y parejas.
Ella misma sostiene que su cine constituye un descanso del típico género porno dominado (y concebido) por (y para) la mentalidad (público) masculina. Y lo suyo va de porno femenino y feminista, que desea disipar mitos, estimular a las mujeres a buscar material que esté más en línea con sus propias fantasías, valores e ideales de vida: creando “masturbadoras informadas”, en las propias palabras de Erika.
Nuestros encuentros –sin cámaras– son en buena parte una ceremonia porno, porque somos ‘otro’ en ese espacio dialéctico del deseo que se consuma en base a miradas, juegos, concesiones, en el acto del que somos actores y espectadores a la vez. Hay, en cualquier caso, una tácita convención de revelación – compromiso – excitación, que acepta el espectador.
“Del acontecimiento, el espectador se ve obligado a dividirse en dos: uno está convencido de la bajeza de su acción y otro se excita de forma efectiva. Mientras el primero juzga, el segundo se rinde. Sucede que mucha gente prefiere ver en una película porno lo que en la vida real no se atrevería a hacer: ‘Yo puedo desear participar en una orgía. Puedo desearlo intensamente como imagen, incluso cuando sé con toda seguridad que verme expuesto a la situación real de una orgía sería todo menos excitante, y que la realidad abriría frente a mí una cantidad no desdeñable de inconvenientes no considerados en la imagen pura que en mí tiene el acontecimiento de una orgía. Si la deseo es porque anulo todo lo que en ella hay de no-excitante. No deseo, en realidad, participar en ella, pero sí deseo (y absolutamente) que se produzca. Eso no significa que desee vivirla por procuración, sino que, sencillamente, deseo que se produzca, lo que es mucho más complejo y está mucho más acorde con las tesis de la pornografía como ceremonia. Deseo asistir al momento en que se produce. Deseo contemplar el momento en el que acontece fuera de mí. Esa manifestación que contemplo (y que no vivo por procuración, pues no deseo participar en ella) es la corroboración de su posibilidad. Corroborar que es posible y que se está dando de hecho (los actores que están reproduciendo una orgía están, a la vez, participando en una orgía real) sostiene la fantasía como tal, y al mismo tiempo la enclava definitivamente en lo real’”.
Para contribuir con gran sutileza y oxigenante mirada a este mundo, ha aparecido en el último tiempo mi estimada Erika Lust, directora de porno feminista de origen sueco y residente en Barcelona, que también reparte su tiempo como productora, autora y feminista. Erika –licenciada en Ciencias Políticas, especializada en estudios feministas y de género, y master en dirección audiovisual– concibió hace poco “Cinco Historias Para Ellas” (Mejor Película del Año en los Feminist Porn Awards de Toronto, 2008); un film compuesto de cinco historias eróticas paralelas, dirigido principalmente a mujeres y parejas.
Ella misma sostiene que su cine constituye un descanso del típico género porno dominado (y concebido) por (y para) la mentalidad (público) masculina. Y lo suyo va de porno femenino y feminista, que desea disipar mitos, estimular a las mujeres a buscar material que esté más en línea con sus propias fantasías, valores e ideales de vida: creando “masturbadoras informadas”, en las propias palabras de Erika.
Definitivamente, Erika me caes muy bien.
– ¿Qué papel tiene el sexo en tu vida? ¿Y en tu obra?
– Pienso, al igual que Henry Miller, que el sexo es una de las nueve razones por las que vale la pena reencarnarse. Las ocho restantes no importan. El sexo es fundamental en mi trabajo para Lust Films, la productora que monté en el año 2004 produciendo espectáculos audiovisuales para adultos con un punto de vista femenino, moderno y feminista. Realizamos películas para mujeres y parejas, series y programas de televisión, documentales, publicaciones en Internet…un nuevo producto editorial y audiovisual con estilo, humor, pasión, glamour, diseño y, por supuesto, sexo.
– ¿En qué lugar tuviste tu primera experiencia sexual?
– ¿En qué lugar tuviste tu primera experiencia sexual?
– En mi propia cama y conmigo misma.
Esa canción nos sienta tan bien, nos puede: “Je t’aime moi non plus”, Jane Birkin & Serge Gainbourg: http://www.youtube.com/watch?v=sHiMDB19Dyc
Fotografías: cuadros de "Cinco historias para ellas" (España). Erika Lust