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9 de febrero de 2009

Desbordes del Borde Vigo - I



Los años que pasaron desde esos encuentros con Edgardo-Antonio Vigo (1928-1997) en su casa de La Plata un par de años antes de su muerte –primero por una entrevista que propuse a mi jefe del diario en el que trabajaba, luego por el vínculo que hizo que me abriera las puertas de su taller que daba a la Avenida 7–, no solo me ayudaron a comprender aún más la profunda y original visión que tenía Vigo del arte, contradictorio, político, experimental, lúdico; sino la real dimensión de ese arte gestado y puesto en las fauces de épocas tan disímiles como complejas.
Vigo, presentación en cualquier caso inútil frente a su obra, fue xilógrafo, poeta visual, conceptualista, artista-correo, constructor de “objetos inútiles”, de “máquinas extrañas”, performer cuando aún no se sabía que era una performance, ensayista, precursor a la misma generación-movimiento del Di Tella, fundador del Museo de la Xilografía de La Plata (itinerante, colectivo), y creador de una obra de una riqueza estética que aunque tardíamente fue reconocida, no se ha hecho la suficiente justicia artística aún para revisarla y reconocerla como debiera.
No es casual. Vigo, como él mismo afirmaba sobre sí, estaba “despegado”. Lo decía a su regreso de Europa en 1954 en referencia a la ciudad que lo había visto nacer y donde produjo gran parte de su obra, La Plata. Pero su despegue no solo era espacial, también fue su diáspora de todo lo que remitiese al denominado arte oficial, a los cánones, a los salones y museos tradicionales, sin resignar moverse ni un metro de su ciudad natal. La experiencia en el viejo continente y sus relaciones con artistas y movimientos como los músicos concretos en París o el pintor venezolano Jesús Soto y su vínculo creativo con la música dodecafónica, serán clave para su camino estético. A su regreso a la Argentina en ese año ‘54 Vigo expone sus objetos “con móviles de madera encerrados en cajas que ofrecían variadas posibilidades para ser manejados por el público”, muestra que terminará en un pequeño escándalo con el público destruyendo gran parte de las obras.
“Un arte contradictorio” apuntaba Vigo en su declaración “Un arte a realizar”, en 1968/69, en la que cuestionaba los materiales pulidos, las galerías, los museos. “Quería el arte tocable, un arte con errores, un arte lúdico con participación activa del espectador y si exquisitos, con asombros y donde se modifique constantemente la imagen. Vigo quería definitivamente un cambio en el arte tanto desde la actitud del espectador como del propio artista”, dirá años después J.C. Romero sobre su obra y el fraternal lazo que lo unió a Vigo.
Las tres veces más que lo visité en su casa-taller de Avenida 7, que unos años después tras su muerte me entristeció verla convertida en un kinder, me sirvieron para vislumbrar o para terminar de entender que estaba frente a uno de los artistas conceptuales o modernos argentinos más grandes del siglo XX, y no sin cierto pesar por el reconocimiento tardío que por esos noventa venía teniendo. El día que recibí por correo postal una obra suya de arte-correo (vivíamos cerca, a unas 14 cuadras) o que me entregó una caja con sus ‘Múltiples Acumulados’, comencé a entender el carácter innovador de su obra, y la poderosa vigencia de su manifiesto de ‘arte contradictorio’. No es paradójico que el ‘descubrimiento’ de los ‘críticos’ a un artista único autor de una obra en extremo original llegase luego de casi cuarenta años de silenciamiento después de sus primeras obras: acaso tardíamente se le perdonó su irónica muestra de “máquinas inútiles” de 1965 como "Palanganómetro Mecedor para Críticos de Arte", y la "Bi-Tri-Cicleta Ingenua" en el Museo de Artes Plásticas de La Plata.
Recién en 1991 expuso en Buenos Aires en la Fundación San Telmo donde su obra tomo ‘estado público’; en 1994 fue invitado a la XXII Bienal de San Pablo; en 1995 participó de la muestra colectiva del grupo Escombros en La Plata con su obra ‘Sembrar la memoria’; y antes de su muerte en 1997 participó en tres muestras casi simultáneas, donde en algunas de ellas parte de la crítica e incluso muchos artistas le hicieron un injusto y timorato vacío.
El mundo lo reconoció como uno de los artistas pioneros del arte-correo (o de “Comunicación a distancia-vía postal” como le llamaba él), sus performance documentadas en las calles de La Plata marcaron un camino de innovación en la relación artista-obra, editó revistas experimentales en formato como en contenido como fueron ‘WC’, ‘Diagonal Cero’ y ‘Hexágono’, esta última antes de la dictadura de 1976. No trocó ni un ápice de su visión estética experimental por compromiso político. En “Ezeiza es Trelew”, obra conjunta de 1974 con Perla Benveniste, Eduardo Leonetti, Juan Carlos Romero y Luis Pazos, donde para el premio Acrílicos Paolini la condición era trabajar con acrílicos en la obra, el grupo construyó en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires con bloques de cemento una pared de tres metros de alto y unos siete de largo. “De un lado de la pared pegamos afiches de los fusilados en la cárcel militar de Trelew y del otro lado afiches que señalaban la violencia que desplegaron las fuerzas de choque de López Rega contra militantes políticos peronistas opositores al proyecto de la organización de derecha de las Tres AAA. El día de la inauguración de la muestra repartimos aerosoles para que el público los usara en la pared, como si fuera la calle, y por último, llegamos con los acrílicos: venía Vigo desde La Plata con unas tarjetas de cartón desde donde, atada con un hilo, había una gota de sangre hecha en acrílico en la que además estaba impresa la frase ‘La sangre derramada no será negociada’. Allí estaba su mano, como siempre en una mezcla de artesanía e imprenta, con las ataduras, los nudos, los hilos, los calados y la tipografía tan justamente elegida”, recuerda Romero.
A ultranzas Vigo mantuvo siempre un compromiso con su época, denunciando injusticias y ultrajes a la democracia. La dictadura militar hizo desaparecer a uno de sus hijos, un triste hecho que hizo más fuertemente política su obra y acentuó sus contactos con artistas del exterior, difundiendo la brutal represión y delitos de lesa humanidad que cometían los militares argentinos. En los últimos años participó en convocatorias para hacer los libros colectivos de artistas “No al Indulto” y “XX años 1976-1996”, la muestra convocada mediante arte correo “500 años de Represión”, y homenajeando a las Madres de Plaza de Mayo, tanto en las performances como en los sellos postales. Muchas de estas obras no las firmó. Vigo jamás admitió ser parte de una sociedad anestesiada, mucho menos ser un artista cómodo de salón. Su espacio fue de ruptura, de memoria digna, de experiencia de encuentro comunitario, de ofrecer encrucijadas, disyuntivas, posibilidades variadas de significación ante sus obras, en definitiva, de lograr y sostener lo más ansiado por naturaleza humana: la libertad.
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Imágenes:
. Poema matemático. (1968)
. Serie 'El 13 por 100 de aventuras deseadas por el Sr EAV, tomo 1'. (1957) colage

9 de julio de 2008

Ceremonia porno



La experiencia del porno en nuestras vidas, desde que asomamos adolescentes a su mundo, ha sido la de una ceremonia privada, íntima. Fue la del descubrimiento de universos posibles como múltiples: desde la experiencia velada, propia, a vivenciar el deseo a través del otro, en los otros, en los cuerpos del ‘otro’ en la pantalla, real en tanto fantasías mediatizadas en esas sucesiones de escenas de sexo en todas sus variantes. El porno ha sido desde siempre llano, brutalmente directo. Y esa experiencia pornográfica subjetiva, la nuestra, no ha sido más que el descubrimiento de nosotros mismos excitados viendo a otros tener sexo, coger, follar.
Envuelto en un velo de tabúes, el porno (sea desde la industria mundial al doméstico de amateurs) nos ha revelado como participantes en condición de voyeurs. Fisgones impúdicos deleitados en la intimidad desde la mirada real vivenciando la fantasía como superadora de nuestros límites/tabúes; la misma que lleva nuestras sensaciones a una plenitud privada con una naturalidad animalmente lógica.
El pudor está ausente. Pero está bien: es bueno que lo esté por su condición de conspirador –resignificado por toda sociedad en base a normas y valores culturales y morales– de la más obscena libertad, necesaria para los cuerpos que desean la perturbación del sexo directo que demandamos.
La imaginación que despierta la escena de dos o más personas cogiéndose entre sí, aun ficticia, aun actuada, revela el misterio de lo obsceno, de lo ‘fuera de escena’. La metáfora se ausenta tan pronto ella se pone, a horcajadas, con la falda subida a la cintura, abre su concha con sus dedos y lujuriosamente su amigo empieza a meter su pija, mientras los estímulos crecen en la escena que se prolonga en distintas posiciones y plano abiertos y cerrados, mostrando al detalle el acto de la fornicación.
Admitámoslo. Decir/escribir/leer/pensar esa secuencia perturba. La imagen dispara sensaciones que sofocan. El rito de la mirada es transformador. Conduce a los múltiples deseos de cautivarse, estremecerse, corromperse, romper la moderación, saltar al exceso, liberarse. “Las sensaciones a posteriori son realmente buenas: después de haberse masturbado o haber cojido intensamente, el clímax deja en trance y enfrenta amablemente con esa imagen de mí que no reconozco como habitual, aunque paradójicamente resulte ser mi propia imagen reflejada. (…) La fuerza de lo que somos se nos mete por dentro como una energía cautivadora y se expande por los rincones de nuestro cuerpo, cargándonos de una sensualidad desbordante”.
La discusión sobre si el arte y la pornografía son categorías excluyentes que no pueden coexistir, aporta Guadalupe Azul a propósito de “La ceremonia del porno”, de Andrés Barba y Javier Montes (Anagrama) abre un debate en este fenómeno: la mirada, que es lo que el espectador pone sobre la obra y prevalece sobre la excitación como aquello que crea la pornografía de una imagen. De cualquier manera, la cuestión más que centrada en la obra, lo está en el/la pornógrafo/a, en el voyeur, en el fisgón, que es en lo que nos convierte esa sucesión de chanchadas que elegimos ver.
El porno en gran medida es liberador. La ceremonia privada es libertaria. Y bien se riñe con la pública e hipócrita negación social que padece. Eso es de otros. Son otros los que lo conciben, lo ofertan, lo consumen. “En cierto modo, esto es verdad: siempre es otro quien consume porno porque incluso uno mismo, cuando consume porno, es otro”. Es que el porno entraña un mundo secreto íntimo, privado, es un ‘fuera de cuadro’ de lo real: es liberación / goce.
Nuestros encuentros –sin cámaras– son en buena parte una ceremonia porno, porque somos ‘otro’ en ese espacio dialéctico del deseo que se consuma en base a miradas, juegos, concesiones, en el acto del que somos actores y espectadores a la vez. Hay, en cualquier caso, una tácita convención de revelación – compromiso – excitación, que acepta el espectador.
“Del acontecimiento, el espectador se ve obligado a dividirse en dos: uno está convencido de la bajeza de su acción y otro se excita de forma efectiva. Mientras el primero juzga, el segundo se rinde. Sucede que mucha gente prefiere ver en una película porno lo que en la vida real no se atrevería a hacer: ‘Yo puedo desear participar en una orgía. Puedo desearlo intensamente como imagen, incluso cuando sé con toda seguridad que verme expuesto a la situación real de una orgía sería todo menos excitante, y que la realidad abriría frente a mí una cantidad no desdeñable de inconvenientes no considerados en la imagen pura que en mí tiene el acontecimiento de una orgía. Si la deseo es porque anulo todo lo que en ella hay de no-excitante. No deseo, en realidad, participar en ella, pero sí deseo (y absolutamente) que se produzca. Eso no significa que desee vivirla por procuración, sino que, sencillamente, deseo que se produzca, lo que es mucho más complejo y está mucho más acorde con las tesis de la pornografía como ceremonia. Deseo asistir al momento en que se produce. Deseo contemplar el momento en el que acontece fuera de mí. Esa manifestación que contemplo (y que no vivo por procuración, pues no deseo participar en ella) es la corroboración de su posibilidad. Corroborar que es posible y que se está dando de hecho (los actores que están reproduciendo una orgía están, a la vez, participando en una orgía real) sostiene la fantasía como tal, y al mismo tiempo la enclava definitivamente en lo real’”.
Para contribuir con gran sutileza y oxigenante mirada a este mundo, ha aparecido en el último tiempo mi estimada Erika Lust, directora de porno feminista de origen sueco y residente en Barcelona, que también reparte su tiempo como productora, autora y feminista. Erika –licenciada en Ciencias Políticas, especializada en estudios feministas y de género, y master en dirección audiovisual– concibió hace poco “Cinco Historias Para Ellas” (Mejor Película del Año en los Feminist Porn Awards de Toronto, 2008); un film compuesto de cinco historias eróticas paralelas, dirigido principalmente a mujeres y parejas.
Ella misma sostiene que su cine constituye un descanso del típico género porno dominado (y concebido) por (y para) la mentalidad (público) masculina. Y lo suyo va de porno femenino y feminista, que desea disipar mitos, estimular a las mujeres a buscar material que esté más en línea con sus propias fantasías, valores e ideales de vida: creando “masturbadoras informadas”, en las propias palabras de Erika.
Definitivamente, Erika me caes muy bien.

– ¿Qué papel tiene el sexo en tu vida? ¿Y en tu obra?
– Pienso, al igual que Henry Miller, que el sexo es una de las nueve razones por las que vale la pena reencarnarse. Las ocho restantes no importan. El sexo es fundamental en mi trabajo para Lust Films, la productora que monté en el año 2004 produciendo espectáculos audiovisuales para adultos con un punto de vista femenino, moderno y feminista. Realizamos películas para mujeres y parejas, series y programas de televisión, documentales, publicaciones en Internet…un nuevo producto editorial y audiovisual con estilo, humor, pasión, glamour, diseño y, por supuesto, sexo.
– ¿En qué lugar tuviste tu primera experiencia sexual?
– En mi propia cama y conmigo misma.


Esa canción nos sienta tan bien, nos puede: “Je t’aime moi non plus”, Jane Birkin & Serge Gainbourg: http://www.youtube.com/watch?v=sHiMDB19Dyc

Fotografías: cuadros de "Cinco historias para ellas" (España). Erika Lust

19 de mayo de 2008

La mujer inmoral y el arte box office


Pierre Bongiovanni resulta fundadamente inquietante, cuando ametralla con una serie de cuestionamientos sobre el estado de situación del arte, de las obras como hechos estéticos y de los artistas en los tiempos que corren. La aguda posición de Bongiovanni, investigador del Centro de Investigación Pierre Schaeffer, de Montbéliard, que va con su mirada hacia las artes electrónicas o informáticas, parte desde la propia noción de arte, la cual ha cambiado profundamente desde fines del siglo XIX y particularmente en las últimas décadas con la aparición de las artes electrónicas. “Benetton se presenta más problemáticamente que Nam June Paik. Una muestra de a qué punto, visto en proyección de futuro, ‘el arte’ parece desprovisto de toda capacidad de interpelación notable y al no provocar ni adhesión ni rechazo, se satisface de juegos utilitarios (blanqueo de dinero sucio, decoración de interiores, mejoramiento del ámbito, animación socio-cultural) sin que ello origine mayores comentarios”, escribe en su ensayo ‘La compasión de Buda’, en Contaminaciones – Del videoarte al multimedia, uno de los Libros del Rojas editado hace una década compilado por Jorge La Ferla.
Cuando el movimiento impresionista, a finales del siglo XIX, sustituye en los lienzos los grandes temas de historia o de religión por la representación de momentos de lo cotidiano, se da un paso hacia un nuevo concepto del asunto en arte, orientando la mirada hacia el entorno cercano y aceptando el interés temático de esta cercanía. “La manera en la que esta cotidianeidad se nos muestra no sería aceptada sin discusiones y censuras por buena parte del entorno social”, piensa el artista español Javier Chavarría Díaz.
La insolente desnudez de la ‘Olimpia’ de Eduard Manet, pintada en los albores de la modernidad, en 1865, y expuesta ese mismo año en el Salón de París, no tuvo otro destino que el escándalo. Aunque el tema parecía banal: una modelo, Victorine Meurent, posando como una cortesana, tendida en un diván, mientras una sirvienta le entrega unas flores de algún cliente, la consternación de esa sociedad tan conservadora sería tal que vale la pena revisar. El espejo con estos tiempos es inevitable.
La obra de Manet escandaliza no por el desnudo en sí, inspirado en la Venus de Urbino de Tiziano pintada en 1538. El referente clásico, la Venus renacentista, era ya inocuo para el público del XIX que lo había elevado a la categoría de obra de arte, por lo cual no podía ofrecer ningún riesgo. Por otra parte la historia del arte y los museos estaban ya entonces llenos de mujeres desnudas, pero eran desnudos catalogados y desarticulados. Eran odaliscas lejanas, mujeres de otras razas y épocas que nada tenían que ver con las mujeres que elegantemente vestidas visitaban los salones.
Lo peligroso fue, reflexiona Chavarría Díaz, que ese desnudo mostrado no era un desnudo clásico; comprometía al público burgués finisecular con la inmoralidad del propio hecho del desnudo. Liga el cuerpo de la mujer al placer y al disfrute del sexo que se compra. “Manet muestra un desnudo que no está basado en ningún discurso narrativo mitológico, clásico ni religioso. Simplemente muestra un desnudo que, por su oficio, es para el público del momento vergonzoso, y si violenta es principalmente por su contemporaneidad”.
El cordoncito de terciopelo o de raso negro anudado en el cuello, las babuchas con tacón de seda rosa, la flor en el pelo y la pulsera de oro, son tres elementos que evidencian esa desnudez del cuerpo a partir de objetos de moda en esa época. La brutal contemporaneidad del cuerpo de Olimpia es la de la mujer no sacralizada, cuyas cinta negra al cuello, la pulsera que evoca un regalo caro de algún cliente y que asegura que ese cuerpo de prostituta se puede comprar, escandalizan como las cómodas zapatillas de raso, usadas en un ámbito de intimidad, usadas por esa mujer que busca las miradas, entre el desafío y la invitación.
“En el fondo lo que molesta mirar en esta obra es como Manet desnuda en público a una mujer sin tomarse la molestia de disfrazarla de ningún personaje de leyenda que pueda justificar tal acto”.
Lo revulsivo de esta obra, que invita a repasar por estos tiempos el rol (social) de los artistas y sus obras, no es ese desnudo insoportable para la burguesía de fines del siglo XIX, sino la representación veraz de una realidad social: el cuerpo de una mujer para el consumo, para el placer, sin pudor ni moral algunos. Un espíritu que de vez en cuando extrañamos en estos tiempos de tanto “arte” box office y somnolencia achampañada.
Fotografía: ‘Olimpia’, pintura de Eduard Manet, 1865.

6 de mayo de 2008

Las cornisas de Sophie III


MARTES. Otoño, hubo sol, ningún lugar.

Feromonas: sustancias químicas secretadas con el fin de provocar un comportamiento de atracción sexual determinado en otro individuo de la misma especie. Vaya definición. La química del amor es uno de esos territorios que no reconoce fronteras ni dimensiones. La obra de Sophie Calle, tampoco, eso creo. A propósito, nadie aclara cuándo se vence o se empieza a extinguir la dichosa sustancia. Sino preguntáselo a la linda de Sophie, mi obsesión por estos días vaya uno a saber por qué. Seguramente porque siempre nos estamos yendo por amor, estamos cruzando un océano por amor, nos estamos mudando por amor, y también porque nos estamos quebrando por amor.
Hace más o menos tres años, Sophie Calle recibió un e-mail de ruptura que leyó en la pantalla de su teléfono mientras estaba de viaje, en Tokio. “Prenez soin de vous (cuidate)”, le escribiría su amante G. a modo de despedida en ese mail. “No era la carta de un sinvergüenza, pero terminaba con la frase Prenez soin de vous. Y eso me indignó”. Las cartas de amor, cito a Enrique Vila-Matas que cita Fernando Pessoa, son ridículas. Ridículas. “¿Pero que decir de las de ruptura? Sin duda también pueden serlo”.
Las despedidas pueden ser silenciosas, frescas, tristes, aterradoras. Gaby, mi amiga desembarcada hacía poco de Londres y Ámsterdam, un día, una mañana platense de hace ya varios veranos, me había dejado una nota luego de tanto vivir(nos): “el tiempo que choca en los bordes del espacio. Lo mejor es levantarse e irse”. Allí empecé a dejar de tratar de entender acerca de las partidas.
Pero cómo interpretar la despedida que recibió Sophie cuando me entero que ese “prenez soin de vous” podía también traducirse por “Que dios te ampare”. Tienes razón Enrique: es razón suficiente para sentir un cierto escalofrío. En ese e-mail de despedida de G. se leían una serie de explicaciones que desembocaban en esa glacial despedida. La del escalofrío.
“Al no saber cómo responder, le pedí a 107 mujeres que la interpretaran según sus profesiones, la analizaran, comentaran, actuaran, bailaran y cantaran en mi lugar. Entre otras profesiones, convoqué a una mediadora familiar, una jueza, una criminóloga, escritoras, actrices, cantantes”, dijo tiempo después Calle. Así comenzó una de las más interesantes aventuras estéticas de los últimos años, el libro “Prenez soin de vous”. En él encontramos bailarinas, criminólogas, periodistas, astrólogas, poetas, matemáticas, dramaturgas, traductoras, pintoras: todas interpretando, subrayando, mordiendo, analizando sintácticamente, decodificando el mensaje de G.
“Recibí un e-mail de ruptura”, explica Sophie en su libro. "No supe qué responder. Fue como si no fuera conmigo aquello. Terminaba diciendo: 'Cuídate'. Tomé la recomendación al pie de la letra. Le pedí a 107 mujeres que me ayudaran a interpretar el e-mail. Que lo analizaran, lo comentaran, lo representaran, lo bailaran, lo cantaran, lo disecaran, lo agotaran. Que hicieran el trabajo de comprender por mí. Que hablaran en mi lugar. Una manera de tomarme mi tiempo para romper. A mi ritmo. En definitiva, cuidarme”. En las páginas finales de su libro aparece fotografiada una cacatúa que también lee el e-mail de G. y acaba metiendo su pezuña en él. Puede que haya cartas de amor ridículas, pero también las hay muy peligrosas, dispara Vila-Matas.
¿La ruptura de un amor es asunto íntimo, personal?. No al menos para Sophie. Al contrario, se inscribe en un campo común, universal. ¿Quién no ha cruzado, en algún momento de su vida, por una historia así? Alan Pauls escribió sobre el amor después del amor en su novela El pasado. Y Woody Allen dijo: “Mi mujer se fue con otro; entonces, yo la dejé”.
La historia de un amor hecho trizas fue a dar a cada una de esas mujeres que trabajaron desde su propio lenguaje profesional. Una periodista de la Agencia France-Presse escribió una información, una especialista en palabras cruzadas hizo un crucigrama con el contenido del email; una lingüista le corrigió las faltas de ortografía y de estilo; una doctora en física comparó la ruptura del átomo con una ruptura sentimental y una jueza estableció un paralelo entre un contrato inmobiliario y un contrato amoroso. Todo fue fotografiado o filmado y forma parte de la exposición.

-¿Hizo todo eso para vengarse?
-Me lo pregunté al comienzo. Pero no. Fue una forma de exorcizar mi propia impotencia. Me sentí incapaz de responder sola y terminé pidiendo ayuda.
-¿Y le sirvió para olvidar?
-En realidad, dos meses después de comenzar a recoger testimonios, rogaba que ese hombre no reapareciera. En ese momento solo me importaba el proyecto artístico.
-¿Ese hombre volvió alguna vez?
-No.

Fotografía: Sophie Calle. Escritura sobre sí misma.

3 de mayo de 2008

Las cornisas de Sophie II


SABADO. La larga noche crece.

No sé por donde voy. No sé qué camino he tomado en este laberinto. En cada paso que damos debemos tener la explicación de qué hacemos aquí, de por qué he llegado hasta este lugar. Había estado buscando esos escritos de Sophie Calle del que hablamos con Guadalupe hasta que los encontré y los releí, luego de años, casi con desesperación: “Nueve etapas de un calvario amoroso”. La historia de amor/desamor de una chica, Sophie, que no es cualquier chica –léase artista conceptual, fotógrafa, exhibicionista ante todo, francesa, exorcista de su propio dolor a través de una vasta obra–. La cosa es así: conoce a un retratista norteamericano, Greg Shepard, en un bar hace un buen tiempo. Él le presta las llaves y desaparece por un tiempo. Allí ella encuentra una nota en un trozo de papel debajo de un paquete de cigarrillos: ‘Resoluciones para el nuevo año: no mentir más, no morder más’. Dormirá esa noche sola.
Cuando has tenido en tu camino, por unas horas/días/semanas, a una chica hecha de luz, es difícil sacar de tu cabeza eso que no sabés en qué catálogo de tus relaciones poner, si es que lo único que conociste de ella fue intensidades/deseos/laberintos/partidas. ¿Podríamos entender esa nota?
A ver, una adivinanza ¿Cuál es la mejor parte del sándwich?. ¿Arriesgás? Pedí ayuda si querés. ¿Para vos es el jamón?, ¿el pan? No, no al menos para mí. Es la mordida.
La inquietante de Sophie, que se la ha pasado husmeando en vidas ajenas y desnudando todas las suyas, concibe desde ese punto de partida un puñado de obras que ví en video (No sex last night que fue estrenado en los canales comerciales de televisión y que describirá el viaje de la pareja a una iglesia de Las Vegas para casarse con un par de anillos arrendados), que leí (Nueve etapas de un calvario amoroso), y que llevó a exposición como “El marido”. Es el corolario de un matrimonio fallido: comienza cuando Shepard le regala La carta de amor, una pintura del siglo XIX. Sigue el martes 10 de marzo de 1992, a las 11 y 50, cuando “me arrojó a la cara los siguientes objetos: una cacerola vacía, un tostador de pan, un sofá amarillo de dos plazas, cuatro cojines, una biografía de Bruce Nauman y un teléfono negro que me destrozó el tabique. Quedaba un agujero en el muro: lo oculté detrás de nuestra fotografía de boda”. Y continúa con un capítulo titulado La rival: en él descubre que nadie, jamás, le ha escrito una carta de amor.
La coronación de ese amor con anillos alquilados en un local de casamientos express al borde de una ruta en Las Vegas terminaría tiempo después con la ruptura. Al final, llegan otros hombres, amantes necesarios, que alimentan el capítulo El Otro, donde Sophie apunta: “Me gustaba este hombre, pero, desde nuestra primera noche de amor tuve miedo de mirarle. Aún creía amar a Greg, y temía ser invadida por la idea de que el hombre que estaba en mi cama no era el bueno. Preferí cerrar los ojos. En la oscuridad, al menos, subsistía la incertidumbre. Un día cometí la torpeza de decirle por qué, en la cama, mantenía los párpados cerrados. No dejó traslucir nada de sus pensamientos. Meses más tarde, liberada por fin del fantasma de Greg y de mis dudas, abrí los ojos, segura ya de que era a él a quien quería ver. No sabía que sería nuestra última noche: él iba a dejarme. "Lo que sucede posee tanta anticipación que no podemos nunca atraparlo y conocer su verdadera apariencia" (R. M. Rilke)”

Fotografía: Sophie Calle. "El rehen". De la serie 'Nueve etapas de un calvario amoroso'.

2 de mayo de 2008

Las cornisas de Sophie I


VIERNES. El principio/fin de la madrugada.

Son misteriosas, laberínticas, las formas que vamos tomando con el correr de los días, de las semanas y los meses. Es como el murmullo de la ciudad que crece con la luz del día, se mete por el balcón, atraviesa nuestra ropa, camina sobre nuestra comida, samplea con nuestras canciones y se marcha con la noche. Nunca es el mismo. La absurda normalidad no es lo que nos pasa seguramente. Espero que nunca me pase en realidad. Bueno, hay que confesarlo: ¿nunca tuviste el deseo, muy fuertemente adentro, de ser un tipo normal? ¿eso de llevar una vida normal? Lo he deseado tanto alguna vez. Sentarme en una banca de parque, y lo único que veía en el horizonte eran hombres y mujeres con pequeños hijos e hijas de todas las edades y formas posibles e inimaginables, mientras una de mis vidas iba en picada como un avión con destino de tragedia.
Y ocurrió. Se hizo añicos ese avión y ninguno alcanzó ni siquiera a saber dónde estaban los paracaídas. Quedamos esparcidos. Pedazos de mi cuerpo por todos lados, que iba encontrando con el paso de las semanas, de los meses. ¿Has caminado alguna vez entre tus restos?, digo, entre lo que queda de vos después de volar. Olor a carne quemada, ardida, desgarrada, destruida, quiero decir. Es que me estoy preguntando cómo es que salimos de esos años niños de treparse a los paraísos, de ir a los circos, emprender caminatas río arriba, andar salvajemente en bici sin rumbo alguno, y enloquecer con esos pueblerinos parques de diversiones que llegaban al barrio donde viví de chico. Y cómo es que nos metimos en estos caminos donde las señales viales son mentirosas, donde no las hay, donde el camino no se ve, que no advierten de cornisas ni zigzag, y donde los bancos de niebla cada tanto se meten en tus asuntos.
Entendámoslo así. No hay un hombre real viviendo en un mundo real. Hay cientos y miles de mundos más bien para esto que somos, con mil pieles abajo, mutando como serpientes. Y deberíamos agradecerlo. No imagino ser el mismo por años, por siglos. Quiero batallas imposibles, lunáticas, perdidas, afiebradas. Como los amores que nos encuentran acaso porque vamos por ahí intentando ser un tipo y terminamos siendo lo que verdaderamente somos.
Creo que el bueno de Ray Loriga tenía razón: dos días distintos te convierten en una persona diferente. Y no hablo de una vida real, hablo de la vida verdadera, de la verdad que somos. Por eso creo que las mentiras saben más de la verdad que la misma verdad, porque son crudas, porque la han merodeado, la fisgonearon sin que lo supiéramos, la hicieron un secreto, y como una fotografía la revelan, la desnudan desde las entrañas, desde su génesis, desde las tripas. Cuántas veces hemos estado desnudos, animales en celo después de todo, consumando cada una de nuestras perversiones sin saber nada el uno del otro. O creyéndolo saber. Nos mentíamos, nos sincerábamos. Al fin y al cabo, solo queríamos ser personas realies, un hombre real, pero ni siquiera sabíamos como serlo. Quizás solo rellenábamos ausencias. Cada vez menos trato de interpretar los silencios que crecen. Me lo he propuesto, no voy a pensarlo. Todavía debemos seguir haciéndolo.
Fotografía: Sophie Calle.