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6 de enero de 2009

El hechizo y la verdad



Cuando escuché por vez primera la voz de Antony, debo admitir que sentí sensaciones a raudales. Fascinación, encantamiento, dolor, tristeza, hechizo, crecieron dentro con cada una de sus canciones. El británico de voz trágica, imagen andrógina, mezcla de Nina Simone y sentido espíritu ‘crooner’, se viene presentando en sociedad desde hace unos años como Antony and The Johnsons, agrupación que lo tiene como compositor, pianista y cantante, que con su voz viene embelesando a gente como Lou Reed, su primer ‘padrino’ artístico, la Orquesta Sinfónica de Londres que lo invitó el año pasado a prestar su voz para unos conciertos, o los electrónicos Hercules and Love Affair, con quienes comparte un proyecto formidable.
Antony, radicado en Nueva York, logró con su segundo disco ‘I'm a bird now’ (2005) un éxito inusitado aunque esperado cuando se escuchan las gemas que concibió. Pobló varias películas con sus canciones, algunos comerciales de TV, conquistó un Premio Mercury que entrega la industria inglesa, y todo desde un sello independiente como Secretly Canadian. Lo destacado de estos días es que estamos en cuenta regresiva ante la inminente edición de su tercer álbum de aparición este 19 de enero.
Se trata de ‘The crying light’, disco que viene precedido del formidable EP ‘Antoher world’ (2008), editado en octubre pasado a modo de adelanto y en el que Antony te lleva sencillamente hasta la emoción y anticipa desde la portada el calibre del nuevo disco. El EP tiene como tapa una imagen increíble de Kazuo Ohno, el gran bailarín creador de la danza Butoh, tomada por Pierre-Olivier Deschamps in 1984.
En esa senda, ‘The crying light’, tiene en su portada también un retrato de Ohno fotografiado en 1977 en Tokio por Naoya Ikegami. De hecho, Antony dedica este disco al gran bailarín japonés a quien considera su inspirador y padre artístico. “Le ví en una actuación en la que en cada gesto personificaba la divinidad del niño y de la mujer”. Antony tiene buena parte de razón cuando confiesa haberse sentido siempre “como un alien de otra dimensión”. Su registro vocal es camaleónico: melancólico, trágico, sensible, nocturno, profundo, y por sobre todo emocional hasta la médula. No quiero hablar de estados asociados a un disco o una melodía, pero te advierto que sus canciones de tonos lacónicos como las de sus dos primeros discos en un mal día pueden no ser recomendables, o si.
Cuenta él mismo que ‘The crying light’ lleva ese nombre porque cuando vio a Ohno en un escenario vio un círculo de luz en el que éste se introdujo y reveló los sueños y desvelos de su corazón. Con un vibrato increíble, su enorme voz solo puede hechizar con esa extraña mezcla de aires gospel, art-rock o soul. Desde allí suenan ‘Her eyes are underneath the ground’, ‘Epilepsy is dancing’, ‘Kiss my name’, y el anticipado ‘Another world’, entre otros.
Una prueba de esa versatilidad está en Hercules and The Love Affair, el tremendo proyecto dance del neoyorkino Andrew Butler, en el que Antony canta en varios temas junto a la desconocida cantante transexual Nomi y a la diseñadora de joyas y dj lesbiana hawaiana Kim Ann Foxmann. Épica de la pista de baile, euforia con contenido, política del amor, la libertad sexual y el sentimiento de comunidad, lo cierto es que H&LA equilibra maravillosamente el espíritu hedonista y la mejor tradición pop diciendo cosas escapándole a recetas remanidas. Y desde allí Antony también deslumbra. Prepárense en Europa que Antony and The Johnsons estará de gira entre marzo y junio, en las principales ciudades de Europa. Aquí alguna data y algunos adelantos de ‘The crying light’.

http://www.antonyandthejohnsons.com/
www.myspace.com/antonyandthejohnsons
‘Her eyes are underneath the ground’ http://www.goear.com/listen.php?v=5fd52b8
‘Kiss my name’ http://www.goear.com/listen.php?v=67d2b41
‘Dayligt and the sun’ http://www.goear.com/listen.php?v=db9eebe
Video de ‘Anther world’ http://es.youtube.com/watch?v=qp23w0v-GB8
Hercules and The Love Affair, ‘blind’ http://www.goear.com/listen.php?v=17b5741

….

"Si buscas la verdad, prepárate para lo inesperado, pues es difícil de encontrar y sorprendente cuando lo encuentras".
Heráclito

“En el Museo Van Gogh de Amsterdam (diciembre de 1979), ante el cuadro, terminado en Arlés en octubre de 1888.
Van Gogh a su hermano: «Esta vez se trata sólo de mi dormitorio… La visión del cuadro debe hacer descansar la mente o, más bien, la imaginación…»
Las paredes son violeta claro, el suelo de baldosas rojas.
»La madera de la cama y de las sillas es del color amarillo de la mantequilla fresca, la sábana y las almohadas de un verde limón muy claro.
»El cubrecama escarlata, la ventana verde.»La mesa de tocador naranja, la jofaina azul.
»Las puertas lilas.
»Y eso es todo, en esta habitación con las persianas cerradas no hay nada…
»De este modo me vengo del descanso forzoso que me han obligado a tomar…
»Otro día te haré bocetos de las demás habitaciones. »
Sin embargo, al examinar el cuadro con atención, A. no pudo evitar sentir que Van Gogh había creado algo muy distinto de lo que se proponía. Si bien la primera impresión de A. ante el cuadro había sido de «descanso» como pretendía su autor, poco a poco, mientras intentaba penetrar en la habitación del lienzo, comenzó a verla como una prisión, un espacio imposible, una imagen no ya de un lugar donde vivir, sino del espíritu forzado a residir en ella. Si se observa con atención se ve que la cama bloquea la puerta, las persianas están cerradas, no se puede entrar; y una vez adentro, es imposible salir. Cautivo entre los muebles y los objetos cotidianos de la habitación, uno comienza a oír un gemido de sufrimiento en el cuadro y una vez que se escucha por primera vez resulta imposible detenerlo. «Grité a causa de mi aflicción…»; pero no hay respuesta para este grito. El hombre del cuadro (éste es un autorretrato, sin ninguna diferencia respecto de un cuadro del rostro de un hombre, con ojos, nariz, labios y barbilla) ha estado demasiado tiempo solo, y ha luchado demasiado en las profundidades de su soledad. El mundo acaba ante esta puerta-barricada, pues la habitación no es una representación de la soledad, sino su misma sustancia. Y resulta tan opresivo, tan irrespirable, que no puede mostrarse en otros términos. «Y eso es todo, en esta habitación con las persianas cerradas no hay nada…»

Paul Auster
La invención de la soledad. Parte 2: El libro de la memoria (Anagrama, 1994)

18 de diciembre de 2008

Los blasfemos márgenes de Perlongher – Evita vive


La controvertida obra de Néstor Perlongher (Buenos Aires 1949 – San Pablo 1992), discutida, revalorizada y aún en proceso de ‘descubrimiento’ desde hace más de una década cuando tras su muerte sus papeles comenzaron a publicarse, remite a insumisión, trasgresión, irreverencia, perversión. La potencia simbólica que tiene su obra está habitada de una violencia provocadora, irredenta, subversiva, que abofetea todo imaginario posible y yendo hasta el fondo, socava jerarquías, cánones y géneros literarios.
En ese camino, hay una operación tangencial en Perlongher: la carnavalización, apoteosis del goce desenfrenado que reinterpreta la trágica realidad histórico política, que logra plenitud en el sarcasmo, la ironía, la risa insaciable, en las márgenes. Literatura border, marginal, explora lo trágico poniéndolo burlescamente en el centro. Bajtin apunta que lo carnavalesco expresa una cosmovisión deliberadamente opuesta a la oficial, pues invierte valores imperantes, jerarquías, ocasionando su destrucción y regenerándolos a su vez, en una realidad opuesta como apunta acertadamente la bahiense Nidia Burgos.
‘Evita vive, en vez de padecer la enfermedad, la muerte, y el dolor por los pobres y afligidos, tal como la inmortalizó la ideología partidaria, goza desvergonzadamente de su cuerpo y procura también placer carnal a otros’.
Fue –aun lo sigue siendo– un cuento maldito en la literatura argentina. “Evita vive” encaja entre esos textos-asedio sobre la figura de Eva Perón, en la que Perlongher reenfoca y disecciona el mito. Santa y prostituta. Canonizada y demonizada, Eva en la pluma de uno de los más altos poetas argentinos del siglo XX, es el centro de una celebración escatológica, ideológica, orgiástica, libertaria.
En la obra poética de Perlongher destellan ‘Austria-Hungría’, ‘Cadáveres’, ‘Hule’, ‘Aguas aéreas’, prosas como ‘El fantasma del Sida’ (1988) y ‘La prostitución masculina’ (1993). Pero ‘Evita vive’ es un punto alto. Obra blasfema, fechada en 1975, fue publicada primero en inglés como "Evita Lives", traducido por E. A. Lacey e incluido en ‘My deep dark pain is love’, en 1983 en una selección de textos de Winston Leyland en San Francisco. Luego se publicó en Suecia como "Evita vive", en 1985. Recién en abril 1987 la revista ‘Cerdos y Peces’ que dirigía Enrique Symns la publicó en castellano en Argentina, pero fue su edición en ‘El Porteño’ en abril de 1989, la que causó una polémica pública.


Evita vive

1.
Conocí a Evita en un hotel del bajo, ¡hace ya tantos años! Yo vivía, bueno, vivía, estaba con un marinero negro que me había levantado yirando por el puerto. Esa noche, recuerdo, era verano, febrero quizás, hacía mucho calor. Yo trabajaba en un bar nocturno, atendiendo la caja hasta las tres de la mañana. Pero esa noche justo me peleé, con la Lelé, ay la Lelé, una marica envidiosa que me quería sacar todos los tipos. Estábamos agarrándonos de las mechas detrás del mostrador y justo apareció el patrón: "Tres días de suspensión, por bochinchera". Qué me importaba, rapidito me volví para la pieza, abro... y me la encuentro a ella, con el negro. Claro, en el primer momento me indigné, además ya venía engranada de pelearme con la otra y casi me le tiro encima sin mirarla siquiera, pero el negro –dulcísimo– me dirigió una mirada toda sensual y me dijo algo así como: "Veníte que para vos también alcanza". Bueno, en realidad, no mentía, con el negro era yo la que abandonaba por cansancio, pero en el primer momento, qué sé yo, los celos, el hogar, la cosa que le dije: "Bueno, está bien, pero ésta ¿quién es?". El negro se mordió un labio porque vio que yo había entrado en la sofocación, y a mí, en esa época, cuando me venía una rabieta era terrible –ahora no tanto, estoy, no sé, más armoniosa–. Pero en ese tiempo era lo que podía decirse una marica mala, de temer. Ella me contestó, mirándome a los ojos (hasta ese momento tenía la cabeza metida entre las piernas del morocho y, claro, estaba en la penumbra, muy bien no la había visto): "¿Cómo? ¿No me conocés? Soy Evita". "¿Evita?"–dije, yo no lo podía creer– . "¿Evita, vos?" –y le prendí la lámpara en la cara. Y era ella nomás, inconfundible con esa piel brillosa, brillosa, y las manchitas del cáncer por abajo, que –la verdad– no le quedaban nada mal. Yo me quedé como muda, pero claro, no era cosa de aparecer como una bruta que se desconcierta ante cualquier visita inesperada. "Evita, querida" –ay, pensaba yo–"¿no querés un poco de cointreau?" (porque yo sabía que a ella le encantaban las bebidas finas). "No te molestes, querida, ahora tenemos otras cosas que hacer, ¿no te parece?" "Ay, pero esperá", le dije yo, "contame de dónde se conocen, por lo menos". "De hace mucho, preciosa, de hace mucho, casi como del África" (después Jimmy me contó que se habían conocido hacía una hora, pero son matices que no hacen a la personalidad de ella. ¡Era tan hermosa!) "¿Querés que te cuente cómo fue?" Yo ansiosa, total igual tenía el encame asegurado: "Sí, sí, ay Evita, ¿no querés un cigarrillo?", pero me quedé con las ganas para siempre de enterarme de esa mentira (o me habrá mentido el negro, nunca lo supe) porque Jimmy se pudrió de tanta charla y dijo: "Bueno, basta", le agarró la cabeza –ese rodete todo deshecho que tenía– y se la puso entre las piernas. La verdad es que no sé si me acuerdo más de ella o de él, bueno, yo soy tan puta, pero de él no voy a hablar hoy, lo único que el negro ese día estaba tan gozoso que me hizo gritar como una puerca, me llenó de chupones, en fin. Después al otro día ella se quedó a desayunar y mientras Jimmy salió a comprar facturas, ella me dijo que era muy feliz, y si no quería acompañarla al Cielo, que estaba lleno de negros y rubios y muchachos así. Yo mucho no se lo creí, porque si fuera cierto, para qué iba a venir a buscarlos nada menos que a la calle Reconquista, no les parece... pero no le dije nada, para qué; le dije que no, que por el momento estaba bien, así, con Jimmy (hoy hubiera dicho "agotar la experiencia", pero en esa época no se usaba), y que, cualquier cosa, me llamara por teléfono, porque con los marineros, viste, nunca se sabe. Con los generales tampoco, me acuerdo que dijo ella, y estaba un poco triste. Después tomamos la leche y se fue. De recuerdo me dejó un pañuelito, que guardé algunos años: estaba bordado en hilo de oro, pero después alguien, no supe nunca quién, se lo llevó (han pasado tantos, tantos). El pañuelito decía Evita y tenía dibujado un barco. ¿El recuerdo más vivo? Bueno, ella, tenía las uñas largas muy pintadas de verde –que en ese tiempo era un color muy raro para uñas– y se las cortó, se las cortó para que el pedazo inmenso que tenía el marinero me entrara más y más, y ella entretanto le mordía las tetillas y gozaba, así de esa manera era como más gozaba.
.

2.
Estábamos en la casa donde nos juntábamos para quemar, y el tipo que traía la droga ese día se apareció con una mujer de unos 38 años, rubia, un poco con aires de estar muy reventada, recargada de maquillaje, con rodete... Yo le veía cara conocida y supongo que los otros también, pero era un poco bobo, andaba con Jaime que se estaba picando con Instilasa y yo le tenía la goma, se lo comenté en voz baja y él me dijo algo así como: "cortála loco sabés que sí". Con los ojos en blanco, parecía hacerlo de modo impersonal. Nos sentamos todos en el piso y ella empezó a sacar joints y joints, el flaco de la droga le metía la mano por las tetas y ella se retorcía como una víbora. Después quiso que la picaran en el cuello, los dos se revolcaban por el piso y los demás mirábamos. Jaime apenas me daba un beso largo, muy suave, para eso sí que era genial, porque dos pendejos repálidos se rayaron totalmente entre lo gay y la vieja y se fueron. Pero estaban los blues en la puerta y a los cinco minutos se aparecieron todos con el subcomisario inclusive, chau loco, acá perdimos, menos mal que no había ningún menor porque Jaime había cumplido los 18 la semana pasada, pero igual loco, le habíamos pedido el rouge a Evita y estábamos casi todos pintados como puertas tipo Alice Cooper. Los azules entraron muy decididos, el comi adelante y los agentes atrás, el flaco que andaba con un bolsón lleno de pot le dijo: "Un momento, sargento" pero el cana le dio un empujón brutal, entonces ella, que era la única mujer, se acomodó el bretel de la solera y se alzó: "Pero pedazo de animal, ¿cómo vas a llevar presa a Evita?" El ofiche pálido, los dos agentes sacaron las pistolas, pero el comi les hizo un gesto que se volvieran a la puerta y se quedaran en el molde. "No, que oigan, que oigan todos –dijo la yegua– , ahora me querés meter en cana cuando hace 22 años, sí, o 23, yo misma te llevé la bicicleta a tu casa para el pibe, y vos eras un pobre conscripto de la cana, pelotudo, y si no me querés creer, si te querés hacer el que no te acordás, yo sé lo que son las pruebas". (Chau, fue un delirio increíble, le rasgó la camisa al cana a la altura del hombro y le descubrió una verruga roja gorda como una frutilla y se la empezó a chupar, el taquero se revolvía como una puta, y los otros dos que estaban en la puerta fichando primero se cagaban de risa, pero después se empezaron a llenar de pavor porque se dieron cuenta de que sí, que la mina era Evita). Yo aproveché para chuparle la pija a Jaime delante de los canas que no sabían qué hacer, ni dónde meterse: de pronto el flaco del trafic entró en el circo y se puso a gritar: "Compañeros, compañeros, quieren llevar presa a Evita" por el pasillo. La gente de las otras piezas empezó a asomarse para verla, y una vieja salió gritando: "Evita, Evita vino desde el cielo". La cosa es que los canas se las tomaron, largaron a los dos pendejos que encima se hacían muy los chetos, y ella se fue caminando muy tranquila con el flaco, diciéndole a la gente que estaba en el patio primero y después en la puerta: "Grasitas, grasitas míos, Evita lo vigila todo, Evita va a volver por este barrio y por todos los barrios para que no les hagan nada a sus descamisados". Chau loco, hasta los viejos lloraban, algunos se le querían acercar, pero ella les decía: "Ahora debo irme, debo volver al cielo" decía Evita. Nosotros nos quedamos quemando un poco más y ya nos íbamos, entonces algunas tipas nos hicieron pasar a las habitaciones para que les contáramos –las mismas que hasta hacía una hora nos habían hecho una guerra que no podía ser–. Jaime y yo les hicimos toda una historieta: ella decía que había que drogarse porque se era muy infeliz, y chau, loco, si te quedabas down era imbancable. Claro, la gente no nos entendía, pero como no estábamos haciendo laburo de base sino sólo public relations para tener un lugar no pálido donde tripear, no nos importaba. Estábamos relocos y las viejas déle coparse con el llanto, nosotros les pedimos que ese bajón de anfeta lo cortaran, sí, total, Evita iba a volver: había ido a hacer un rescate y ya venía, ella quería repartirle un lote de marihuana a cada pobre para que todos los humildes andaran superbien, y nadie se comiera una pálida más, loco, ni un bife.
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3.
Si te digo dónde la vi la primera vez, te mentiría. No me debe haber causado ninguna impresión especial, la flaca era una flaca entre las tantas que iban al depto de Viamonte, todas amigas de un marica joven que las tenía ahí, medio en bolas, para que a los guachos se nos parara pronto. La cosa es que todos –y todas– sabían dónde podían encontrarnos, en el snack de Independencia y Entre Ríos. Allí el putito Alex nos mandaba, cada vez que podía, viejos y viejas, que nos adornaban con un par de palos, así después a él le hacíamos gratis el favor y no le andábamos afanando el grabador o las pilchas. De ésa me acuerdo por cómo se acercó, en un Carabela negro manejado por un mariconcito rubio, que yo ya me lo había garchado una vez en el Rosemarie. Con las pibas estábamos haciendo pinta junto al puesto de flores, así que me llamó aparte y me dijo: "Tengo una mina para vos, está en el coche." La cosa era conmigo, nomás. Subí. "Me llamo Evita, ¿y vos?" "Chiche", le contesté. "Seguro que no sos un travesti, preciosura. A ver, ¿Evita qué?". "Eva Duarte", me dijo "y por favor, no seas insolente o te bajás". "¿Bajarme?, ¿bajárseme a mí?", le susurré en la oreja mientras me acariciaba el bulto. "Dejáme tocarte la conchita, a ver si es cierto". ¡Hubieras visto cómo se excitaba cuando le metí el dedo bajo la trusa! Así que fuimos al hotel de ella; el putito quiso ver mientras me duchaba y ella se tiraba en la cama. También, con el pedazo que tengo, hacen cola para mirarlo nomás. Ella era una puta ladina, la chupaba como los dioses. Con tres polvachos la dejé hecha y guardé el cuarto para el marica, que, la verdad, se lo merecía. La mina era una mujer, mujer. Tenía una voz cascada, sensual, como de locutora. Me pidió que volviera, si precisaba algo. Le contesté no, gracias. En la pieza había como un olor a muerta que no me gustó nada. Cuando se descuidó abrí un estuche y le afané un collar. Para mí que el puto Francis se dio cuenta, pero no dijo nada. Cuando me lo terminé de garchar me dijo, con la boca chorreando leche: "Todos los machos del país te envidiarían, chiquito; te acabás de coger a Eva". Ni dos días habían pasado cuando llego a casa y me encuentro a la vieja llorando en la cocina, rodeada por dos canas de civil. "Desgraciado –me gritó–. ¿Cómo pudiste robar el collar de Evita?". La joya estaba sobre la mesa. No la había podido reducir porque, según el Sosa, era demasiado valiosa para comprarla él y no me quería estafar. Los de Coordina no me preguntaron nada: me dieron una paliza brutal y me advirtieron que si contaba algo de lo del collar me reventaban. De esa esquina y del depto de los trolos los vagos nos borramos. Por eso los nombres que doy acá son todos falsos.

Néstor Perlongher

(de "Prosa Plebeya". Publicado por Colihue 1997)

Fotografía: Pintura de Francis Picabia, ‘Dos desnudos’

3 de septiembre de 2008

Savia - El beso

savia

la rompiente
agua frágil
robó la brisa
de tu ropa interior
suscitándome
barcos
puentes tendidos
espejos éxodos
ángel herida
vitaminas
alma
acróbatas
tierra lejos
combustible claroscuros
refugio constelación
despierto
me conmuevo
nadando agua clara

–sin dudar–
deja
la calma
del camino
perderse hallarte
en las nubes olas
de tu almohada
hasta la mañana

¿me perdí
en vos
sol naranja
misterio rocío
savia mía?
¿despierto
bajo tus párpados
casa
polen de brumas?
¿escuchas
las sirenas del mar
mujer inesperada
verdad?

–sin dudar–
estira tus alas
cúralas sal cúralas
alza vuelo
remonta el sueño
hasta que las hierbas
florezcan
un día de siemprevivas
sol espiga
sin fronteras
.
Retazos de escritos incandescentes desde el inédito 'Pararrayo'
Fotografía: Imagen fragmento de 'El beso' de Gustav Klimt

28 de julio de 2008

La terrenal memoria que Gramsci alumbra

Es cierto, aunque la mora sea el mal que tanto afecta a la justicia argentina, la justicia llega. En este tiempo, mientras marchaba el juicio al genocida Mario Benjamín Menéndez (*) y el temporal pasaba con secuelas por esta parte del sur de nuestra América, se me hizo casi necesario volver sobre un emblemático escrito de juventud de Antonio Gramsci. Politólogo, sociólogo y militante, cuya obra aunque marginada de muchos ámbitos académicos sigue resistiendo ese ‘olvido’, Gramsci concibió con dureza ‘Odio a los indiferentes’, texto publicado por primera vez el 11 de febrero de 1917. Gramsci murió el 27 de abril de 1937 en un hospital penitenciario, apenas 6 días después de haber recobrado formalmente la libertad, tras cumplir más de diez años de cárcel de los más de veinte años a los que había sido condenado por un tribunal mussoliniano.
Tengo las tripas menos revueltas desde hace días. Cierta dicha nos vuelve al cuerpo con ese fallo de la justicia. Vuelve a mí ese Juan Gelman que siempre nos alumbra.
“La memoria es una cajita
que revuelvo sin solución. No encuentro
umbrales. ¿Es
una forma de la emoción?
A medias sola, odiada,
prospera su ira de fuego”.
Tengo las tripas menos revueltas desde hace días. La justicia llega, mientras la memoria nos abrigue, mientras el olvido nos recuerde las ausencias.

Odio a los indiferentes

"Odio a los indiferentes, creo que (...) Vivir significa tomar partido. No pueden existir solamente hombres, extraños a la ciudad. Quien verdaderamente vive no puede dejar de ser ciudadano y de participar. La indiferencia es abulia, parasitismo, ruindad; no es vida. Por eso odio a los indiferentes. La indiferencia es el peso muerto de la historia. Es la bola de plomo para el innovador, es la materia inerte en la que se sofocan los entusiasmos más generosos, es el pantano que circunda la vieja ciudad y la defiende mejor que el más sólido de los muros, mejor que el escudo de los guerreros, y que atrapa a los invasores, haciéndolos desistir de la empresa heroica.
La indiferencia actúa potentemente en la historia. Actúa pasivamente, pero actúa. Es la fatalidad; es aquello que con lo que no se puede contar; es lo que descompone los programas, subvierte los planes mejores construidos; es la materia bruta que se revela frente a la inteligencia y la destroza.
Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, el posible bien que un acto heroico puede generar, no se debe tanto a la iniciativa de los pocos que actúan , como a la indiferencia, el ausentismo de los muchos. Lo que ocurre, no ocurre tanto porque algunos quieren que ocurra, como porque la masa de hombres abdica de su voluntad, deja hacer, deja anudar lo que únicamente la espada puede cortar, deja promulgar leyes que solo la revuelta puede luego abrogar, deja acceder al poder a los hombres que luego un amotinamiento podrá únicamente derrocar.
La fatalidad que parece dominar la historia no es nada más que la apariencia ilusoria de esta independencia, de este ausentismo.
Los hechos maduran en las sombras, pocas manos no vigiladas por ningún control urden la tela de la vida colectiva, y la masa no se entera porque se despreocupa de esto. Los destinos de una época son manipulados según visiones estrechas, objetivos inmediatos, ambiciones y pasiones personales de pequeños grupos activos; y la tela urdida en las sombras se completa; Entonces parece que es la fatalidad la que viene a sacudir a todo y a todos, al que quiso y al que no quiso, al que sabía y al que no sabía, al que había sido activo y al que permaneció indiferente.
Y el indiferente se irrita, porque quisiera sustraerse a las consecuencias, quisiera que quedara en claro que él no quiso, qué no es responsable.
Unos gritan piadosamente, otros insultan en forma obscena, pero ninguno o muy pocos se preocupan: de haber cumplido también yo con mi deber, de haber tratado de hacer valer mi voluntad o mi consejo, ¿habría ocurrido lo que ocurrió?
Ninguno o muy pocos se reprochan su indiferencia, su escepticismo, no haber dado la mano y el apoyo a un grupo de ciudadanos que, precisamente para evitar ese mal, combatieron y se propusieron obtener un bien determinado.
La mayoría de ellos, en cambio, una vez ocurridos los acontecimientos prefieren hablar de fracasos ideales, de programas definitivamente sepultados y de otras estupideces semejantes. Vuelven a insistir así un su falta de responsabilidad. Y no porque sean incapaces de ver las cosas con claridad, y de que hasta sean capaces de imaginar hermosas soluciones para problemas muy urgentes (...) Pero estas soluciones permanecen hermosamente infecundas, pero esta contribución a la vida colectiva no esta animada por ninguna luz moral; es producto de una mera curiosidad intelectual y no de un punzante sentido de responsabilidad histórica que quiere a todos activos en la vida, que no admite agnosticismos e indiferencias de ningún género.
Odio a los indiferentes porque me indignan sus lloriqueos de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno del modo en que se hizo cargo de la tarea que la vida le impuso y le impone cotidianamente, de lo que hizo y en especial de lo que dejo de hacer.
Y siento que puedo ser inexorable, que no tengo derecho a dejarme arrastrar por la piedad, que no debo compartir con ellos mis lagrimas.
Tomo partido, vivo, siento en las conciencias viriles de los que están de este lado pulsar la actividad de la ciudad futura que estamos construyendo.
Y en ella la cadena social no pesa sobre pocos, en ella cada cosa que sucede no se debe al azar, a la fatalidad, sino a la inteligencia activa de los ciudadanos. No hay nadie que esté en la vereda mirando a los pocos que se sacrifican, que se desangran hasta el sacrificio mientras el que está en la ventana, al acecho, pretende usufructuar del poco bien que la actividad de los pocos provee y desahoga su desilusión vituperando al que se sacrifica, al que se desangra, porque no tuvo éxito en su intento.
Vivo, tomo partido. Porque odio al que no participa, odio a los indiferentes".

Antonio Gramsci. Extracto de “La Ciudad Futura”, revista cultural publicada por el mismo Gramsci. 11 de febrero de 1917.

* El jueves 24 de julio de 2008, el Tribunal Oral Federal de Córdoba (Argentina) sentenció a prisión perpetua al represor Luciano Benjamín Menéndez, alias “La Hiena de La Perla” y ex titular del Tercer Cuerpo del Ejército, acusado de tortura y muerte de cuatro jóvenes militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), ocurridos en 1977. A la vez, en la lectura de la sentencia revocaron la prisión domiciliaria, por lo que cumplirá condena en una cárcel común.
Además de Menéndez, de 81 años, fueron sentenciados los militares represores Hermes Rodríguez, de 75 años, a 22 años de prisión; Jorge Acosta, a 22 años de prisión por su participación como jefe operativo del centro clandestino de detención "La Perla"; Luis Manzanelli, a prisión perpetua; Carlos Vega, a 18 años de prisión. También los represores Oreste Padován, Ricardo Lardone y Carlos Díaz, fueron condenados a prisión perpetua. Todos deberán cumplir condena en cárceles comunes por las muertes, por haber sido hallados culpables por el secuestro, la tortura y el asesinato de Humberto Brandalisis, Hilda Palacios, Raúl Cardozo y Carlos Lajas Lajas, quienes fueron acribillados por los militares en un simulacro de enfrentamiento en la capital cordobesa en la madrugada del 15 de diciembre de 1977.

Imagen: “Desaparecidos”, pintura dibujo de Ricardo Carpani (Buenos Aires, 1930-1997), fundador del movimiento Espartaco y acaso uno de los artistas plásticos más importantes de la pintura argentina.

19 de mayo de 2008

La mujer inmoral y el arte box office


Pierre Bongiovanni resulta fundadamente inquietante, cuando ametralla con una serie de cuestionamientos sobre el estado de situación del arte, de las obras como hechos estéticos y de los artistas en los tiempos que corren. La aguda posición de Bongiovanni, investigador del Centro de Investigación Pierre Schaeffer, de Montbéliard, que va con su mirada hacia las artes electrónicas o informáticas, parte desde la propia noción de arte, la cual ha cambiado profundamente desde fines del siglo XIX y particularmente en las últimas décadas con la aparición de las artes electrónicas. “Benetton se presenta más problemáticamente que Nam June Paik. Una muestra de a qué punto, visto en proyección de futuro, ‘el arte’ parece desprovisto de toda capacidad de interpelación notable y al no provocar ni adhesión ni rechazo, se satisface de juegos utilitarios (blanqueo de dinero sucio, decoración de interiores, mejoramiento del ámbito, animación socio-cultural) sin que ello origine mayores comentarios”, escribe en su ensayo ‘La compasión de Buda’, en Contaminaciones – Del videoarte al multimedia, uno de los Libros del Rojas editado hace una década compilado por Jorge La Ferla.
Cuando el movimiento impresionista, a finales del siglo XIX, sustituye en los lienzos los grandes temas de historia o de religión por la representación de momentos de lo cotidiano, se da un paso hacia un nuevo concepto del asunto en arte, orientando la mirada hacia el entorno cercano y aceptando el interés temático de esta cercanía. “La manera en la que esta cotidianeidad se nos muestra no sería aceptada sin discusiones y censuras por buena parte del entorno social”, piensa el artista español Javier Chavarría Díaz.
La insolente desnudez de la ‘Olimpia’ de Eduard Manet, pintada en los albores de la modernidad, en 1865, y expuesta ese mismo año en el Salón de París, no tuvo otro destino que el escándalo. Aunque el tema parecía banal: una modelo, Victorine Meurent, posando como una cortesana, tendida en un diván, mientras una sirvienta le entrega unas flores de algún cliente, la consternación de esa sociedad tan conservadora sería tal que vale la pena revisar. El espejo con estos tiempos es inevitable.
La obra de Manet escandaliza no por el desnudo en sí, inspirado en la Venus de Urbino de Tiziano pintada en 1538. El referente clásico, la Venus renacentista, era ya inocuo para el público del XIX que lo había elevado a la categoría de obra de arte, por lo cual no podía ofrecer ningún riesgo. Por otra parte la historia del arte y los museos estaban ya entonces llenos de mujeres desnudas, pero eran desnudos catalogados y desarticulados. Eran odaliscas lejanas, mujeres de otras razas y épocas que nada tenían que ver con las mujeres que elegantemente vestidas visitaban los salones.
Lo peligroso fue, reflexiona Chavarría Díaz, que ese desnudo mostrado no era un desnudo clásico; comprometía al público burgués finisecular con la inmoralidad del propio hecho del desnudo. Liga el cuerpo de la mujer al placer y al disfrute del sexo que se compra. “Manet muestra un desnudo que no está basado en ningún discurso narrativo mitológico, clásico ni religioso. Simplemente muestra un desnudo que, por su oficio, es para el público del momento vergonzoso, y si violenta es principalmente por su contemporaneidad”.
El cordoncito de terciopelo o de raso negro anudado en el cuello, las babuchas con tacón de seda rosa, la flor en el pelo y la pulsera de oro, son tres elementos que evidencian esa desnudez del cuerpo a partir de objetos de moda en esa época. La brutal contemporaneidad del cuerpo de Olimpia es la de la mujer no sacralizada, cuyas cinta negra al cuello, la pulsera que evoca un regalo caro de algún cliente y que asegura que ese cuerpo de prostituta se puede comprar, escandalizan como las cómodas zapatillas de raso, usadas en un ámbito de intimidad, usadas por esa mujer que busca las miradas, entre el desafío y la invitación.
“En el fondo lo que molesta mirar en esta obra es como Manet desnuda en público a una mujer sin tomarse la molestia de disfrazarla de ningún personaje de leyenda que pueda justificar tal acto”.
Lo revulsivo de esta obra, que invita a repasar por estos tiempos el rol (social) de los artistas y sus obras, no es ese desnudo insoportable para la burguesía de fines del siglo XIX, sino la representación veraz de una realidad social: el cuerpo de una mujer para el consumo, para el placer, sin pudor ni moral algunos. Un espíritu que de vez en cuando extrañamos en estos tiempos de tanto “arte” box office y somnolencia achampañada.
Fotografía: ‘Olimpia’, pintura de Eduard Manet, 1865.