La vida de una persona tiene zonas misteriosas, secretas, inexpugnables. Construimos enigmas en el otro que desconocemos nosotros mismos. De allí que esa ordinaria ‘normalidad’ de todo sujeto/objeto se muestre/visualice socialmente aceptable, pero bajo la superficie se revele ambigua, laberíntica, insondable a los ojos del otro.
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Nuestros cuerpos ataviados son relatos acerca de nosotros mismos: insinúan/denotan/develan lo que pensamos, sentimos, hacemos; lo que ambicionamos, vivenciamos, ocultamos. En la dimensión social, la ropa es identidad, es sujeto. En el cuerpo y sus prendas se asienta también la personalidad. “Por lo que llevamos seremos comprendidos y juzgados, seremos catalogados por los demás y de ello dependerá en buena parte que seamos aceptados o rechazados por un determinado colectivo social”, define Javier Chavarría Díaz.
La vestimenta, por tal, es un acto estético; es expresión efectiva del ser en el corpus social. El génesis de tal acto se asienta en complejas relaciones que establece el sujeto condicionado por su entorno: la belleza, la apariencia, el estereotipo, y cuya meta es la autoidentificación del individuo dentro de un colectivo social, dentro de determinados parámetros, amoldado en patrones que se nos dicta o bien en el rechazo hacia los mismos. Entonces, el sujeto es su imagen, es lo que se pone, y lo que no viste.
Para Koning la relación cuerpo-vestimenta es íntima, fundamental. La ropa no es solamente una segunda piel, es la aceptación, por el cuerpo, de su extensión comunicativa, expresiva, de relación social y sexual, de proyección erótica. La moda no solo alcanza la envoltura externa sino a todo el ser humano. Es metamorfosis, transformación y confusión de roles y patrones sexuales.
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A lo largo de la historia de la humanidad, la especie humana usó primero las prendas para guarecerse del clima hostil, pero con los siglos el hombre como ser cultural fue vistiendo/cubriendo su desnudez. La génesis de la ropa es paralela también al pudor como valor social.
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Vestir una prenda constituye un acto pendular: entre la norma social - el hecho cultural - el factor estético, y la motivación física de guarecernos y protegernos ante el clima adverso. En esa dicotomía oscilante convive el hábito culturalmente ‘inobjetado’ de vestirse, solo propio del ser humano, como parte de nuestra condición primigenia.
En ese fluctuante universo social/cultural/moral del sujeto en la modernidad, el espacio cotidiano se convierte en el escenario público donde uno queda expuesto a la mirada del otro / YO ante la mirada del OTRO, el OTRO ante MI.
Ante esa observación se configura la exterioridad como expresión, a la vez que se enmarca el cuerpo/soporte en un contexto social para expresar la pertenencia/diferenciación. Esto nos enriquece porque añade a nuestro ser corporal significados que expresan (visten/desnudan) lo que somos. Nuestro vestir es parte de la gramática del relato privado que enunciamos hacia la esfera pública. Y esa enunciación, que hace público nuestro relato, revela parte de lo que somos. Vestir es enunciar, es un lenguaje.
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Despojada del cuerpo, la ropa, la vestimenta, en la obra de arte contemporánea sustituye al sujeto, lo evoca, evoca al cuerpo ausente, y lo hace revivir desde la reapropiación del cuerpo mismo. Es el instrumento que atestigua las múltiples vivencias del cuerpo del sujeto individual y social.
La semiótica de la indumentaria que es la moda, surge reconstruyendo los discursos de la persona y su realidad pasada. (Ex)puesta, mostrada, trasciende el espacio de su funcionalidad restringida en la vida privada, para narrar nuevas historias desde antiguas vivencias. Esto dirá tanto de la moda como del ser que usó la prenda, dirá de las relaciones sociales y de las de poder de la que fue objeto, de su construcción de la propia identidad material como de la construcción subjetiva de su historia, en una dimensión social determinada.
Fragmentos corregidos – Apuntes para una residencia sobre Arte Moda y Vestimenta.
Fotografías:
Ryan McGinley – ‘Ann’. http://www.ryanmcginley.com/
Lina Scheynius, ‘Diary - Summer 2007’. http://www.linascheynius.com/
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Nuestros cuerpos ataviados son relatos acerca de nosotros mismos: insinúan/denotan/develan lo que pensamos, sentimos, hacemos; lo que ambicionamos, vivenciamos, ocultamos. En la dimensión social, la ropa es identidad, es sujeto. En el cuerpo y sus prendas se asienta también la personalidad. “Por lo que llevamos seremos comprendidos y juzgados, seremos catalogados por los demás y de ello dependerá en buena parte que seamos aceptados o rechazados por un determinado colectivo social”, define Javier Chavarría Díaz.
La vestimenta, por tal, es un acto estético; es expresión efectiva del ser en el corpus social. El génesis de tal acto se asienta en complejas relaciones que establece el sujeto condicionado por su entorno: la belleza, la apariencia, el estereotipo, y cuya meta es la autoidentificación del individuo dentro de un colectivo social, dentro de determinados parámetros, amoldado en patrones que se nos dicta o bien en el rechazo hacia los mismos. Entonces, el sujeto es su imagen, es lo que se pone, y lo que no viste.
Para Koning la relación cuerpo-vestimenta es íntima, fundamental. La ropa no es solamente una segunda piel, es la aceptación, por el cuerpo, de su extensión comunicativa, expresiva, de relación social y sexual, de proyección erótica. La moda no solo alcanza la envoltura externa sino a todo el ser humano. Es metamorfosis, transformación y confusión de roles y patrones sexuales.
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A lo largo de la historia de la humanidad, la especie humana usó primero las prendas para guarecerse del clima hostil, pero con los siglos el hombre como ser cultural fue vistiendo/cubriendo su desnudez. La génesis de la ropa es paralela también al pudor como valor social.
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Vestir una prenda constituye un acto pendular: entre la norma social - el hecho cultural - el factor estético, y la motivación física de guarecernos y protegernos ante el clima adverso. En esa dicotomía oscilante convive el hábito culturalmente ‘inobjetado’ de vestirse, solo propio del ser humano, como parte de nuestra condición primigenia.
En ese fluctuante universo social/cultural/moral del sujeto en la modernidad, el espacio cotidiano se convierte en el escenario público donde uno queda expuesto a la mirada del otro / YO ante la mirada del OTRO, el OTRO ante MI.
Ante esa observación se configura la exterioridad como expresión, a la vez que se enmarca el cuerpo/soporte en un contexto social para expresar la pertenencia/diferenciación. Esto nos enriquece porque añade a nuestro ser corporal significados que expresan (visten/desnudan) lo que somos. Nuestro vestir es parte de la gramática del relato privado que enunciamos hacia la esfera pública. Y esa enunciación, que hace público nuestro relato, revela parte de lo que somos. Vestir es enunciar, es un lenguaje.
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Despojada del cuerpo, la ropa, la vestimenta, en la obra de arte contemporánea sustituye al sujeto, lo evoca, evoca al cuerpo ausente, y lo hace revivir desde la reapropiación del cuerpo mismo. Es el instrumento que atestigua las múltiples vivencias del cuerpo del sujeto individual y social.
La semiótica de la indumentaria que es la moda, surge reconstruyendo los discursos de la persona y su realidad pasada. (Ex)puesta, mostrada, trasciende el espacio de su funcionalidad restringida en la vida privada, para narrar nuevas historias desde antiguas vivencias. Esto dirá tanto de la moda como del ser que usó la prenda, dirá de las relaciones sociales y de las de poder de la que fue objeto, de su construcción de la propia identidad material como de la construcción subjetiva de su historia, en una dimensión social determinada.
Fragmentos corregidos – Apuntes para una residencia sobre Arte Moda y Vestimenta.
Fotografías:
Ryan McGinley – ‘Ann’. http://www.ryanmcginley.com/
Lina Scheynius, ‘Diary - Summer 2007’. http://www.linascheynius.com/