11 de octubre de 2008

VII - Diario de los amantes adormecidos

“El vacío está enfrente. Tengo el cuerpo hecho jirones, de vos. Bebí el antídoto del amor roto. Aprendí a olvidar para no recordarte. Hacerlo fue mi emancipación; aniquilar una a una las huellas.
He sido despiadado conmigo, he sido cruel. No estoy en condiciones de negociar nada. Todo me importa una menuda mierda. Puedo tomar un cuchillo ahora, uno de punta, filoso, de cocina si querés, sentarme al borde de la cama o al borde de la bañera y dibujar en mi pecho líneas, trazos, el croquis que me permita ser preciso y eficaz cuando lo apriete, para no fallar, para demostrarte que no queda nada para perder. Nada.
El teléfono ha sonado pocas veces. Nadie ha llamado a la puerta. Estoy empezando a levantarme, despacio. Estoy aprendiendo nuevamente a caminar, a dejar de arrastrarme por el túnel, a eludir las trampas que quedaron esparcidas en el final de la batalla.
No escondo las marcas que tengo en el brazo, en la espalda. No hice un inventario de mi cuerpo. Lo que no está, seguramente está bien que no esté, que no permanezca conmigo. Cuando comenzás algo no estás pensando en el momento en que eso estallará, se perderá por otra ruta, que alguien se atraviese en el camino mientras manejás, que haya una colisión, cuerpos tendidos, heridos sobre el pavimento. Supongo que nadie quiere llegar a un hospital sobre una camilla a bordo de una ambulancia. Pero sabíamos que era imposible salir ilesos. Mierda que sangré.
Creo que ya podría salir de este lugar. Puedo caminar por la casa, estoy con fuerzas. Los temblores se disiparon. El horror está allí, pero ya no dentro de mí, ya no paseando por mis entrañas. El amor puede ser una palabra, dos, un verbo, una mirada, muchas, gestos, cuerpos, una ciudad, otra ciudad, una ruta, pero también una distancia, verdades veladas, un ticket de avión, otros cuerpos, desolaciones, una habitación de hotel, un relato, tardes con sol, o de lluvia, dos viajeros que se bifurcan sin un mapa que alerte antes dónde y cuándo ocurrirá. Dónde y cuándo sucederá algo.
El vacío está detrás. He declarado mi propia amnistía. Ya no hay fotografías para mirar. Estoy más liviano. Cuánto llevo, cuánto tiempo, desde dónde, ya no me lo pregunto. ¿Acaso vos podrías responderte todo? Quizás necesite todas esas verdades y todas esas mentiras, para creerlas y para olvidarlas. Dejar de preguntarme todo esto de una puta vez. El olvido me horroriza, recordar también. Espero el milagro tendido. No sé si es así como debo esperar que todo pase. Me he quedado dormido con la tele encendida, con la sensación de esperar algo, sin darme prisa, como intuir una escena en una película, un final, no sé qué final. Después de todo, lo que vivimos pasa más o menos como en las películas. Algo comienza y luego eso que pasaba cambia, va para algún otro lado y luego termina. A nosotros nos pasa algo parecido. La diferencia es que no acaba nunca; y que algunas veces hacemos las mismas cosas, los mismos gestos, esas palabras, de modos distintos y ante personas diferentes. Vos sabés que dos días distintos te pueden convertir en dos personas distintas.
Mucho después supe que no debía esperar nada más. Digo, un final, un cierre como en las películas. Me desperté aliviado. Hay adentro, afuera, menos preguntas, menos respuestas. La correntada de aire atraviesa la casa, huele a ansiedad. Habría nuevas preguntas tal vez. Ahora eso no importa. Amanece”.

'Diario de los amantes adormecidos' – (A)lias

Fotografía: Paul Paper. Serie Epifanía.