23 de junio de 2008

El filoso cuchillo de Corso en la garganta


No hay tardes ni madrugadas para la poesía de Gregory Corso (1956-2001). Después de días y noches de viajes que desnudan otras ciudades, mías, extranjeras, regreso. Me gusta volver a desandar las horas aunque el sol no salga, a despellejar historias que se construyen en sus atajos. Kavafis aparece sobre la mesa, terminé ‘Llamadas de Ámsterdam’ de Juan Villoro, esperan más de Puig y Auster, mientras Rivera y esas revistas de historia están al pendiente. Pero anoche volví después de mucho sobre Corso, ese maldito neoryorkino que cruzó en los ’50 de una costa a la otra para hallar su voz; esa voz que destiló ecos sombríos de un futuro desde esos días de la década beat. Tan furibunda y romántica como rufián y desesperada, la poesía de Corso llegó a mí como un cross seco a la boca del estómago.
Mientras en poco tiempo, del 5 al 12 de julio, se realizará el XVIII Festival Internacional de Poesía de Medellín, vale celebrarle, y reencontrar en algunas librerías de saldo el esencial ‘Gasolina’, o ‘El feliz cumpleaños de la muerte’ y ‘Larga vida al hombre’, algunas de ellos editadas por Visor con traducción de Esteban Moore.
Llegan aquí algunos poemas de Corso, como cuchillos filosos en manos de quien los ha usado para despellejar lo necesario de este mundo, para sacar afuera aquello que solo se saca desgarrando la carne, las tripas: la verdad que ahoga, la mentira que respira.


Yo obsequié

Obsequié el firmamento
junto a las estrellas los planetas las lunas
y también las nubes y los vientos del clima,
las formaciones de aviones, la migración de las aves...
“¡De ninguna manera!” aullaron los árboles,
“¡Los pájaros cuando no vuelan son nuestros, no los podés obsequiar!”
Así que obsequié los árboles
y el terreno que ellos habitan
y todas aquellas cosas que crecen y se arrastran sobre él
“¡Un momento!” marearon los mares,
“¡Las costas, las playas son nuestras, los árboles para los barcos,
para los astilleros, nuestros! ¡no los podés obsequiar!”
Por lo tanto obsequié los mares todas las cosas que los nadan,
los navegan...
“¡De ninguna manera! tronaron los dioses,
¡Todo lo que has obsequiado nos pertenece! ¡Nosotros lo creamos!
¡Incluso creamos a aquéllos como vos!”
Entonces fue cuando obsequié a los dioses.


Ventana

Te digo a vos
morir, creer que vas a morir
es una horrible
triste creencia
Las personas no son confiables
y tus padres tu sacerdote tu gurú son personas
y son ellos los que te dicen que debés morir
creerles a ellos es morir
Porque ves a otro morir
creés que tenés que morir
sin embargo sólo conocerás la muerte de otro
nunca la tuya propia
incluso en tu lecho canceroso
nunca sabrás que te despertás muerto
El cuerpo es simplemente una etapa
nacemos de nosotros mismos
del encarnado amanecer
a la noche desencarnada
al amanecer reencarnado
una continua conexión
cuyo hilo conductor es el espíritu
nuevamente te digo
no conozco la impermanencia
estoy con la permanencia
y desprecio la muerte
sólo tengo sentimientos por los vivos
no tengo sentimientos por los muertos
Te dicen que tenés que morir para llegar al cielo
mandá a la mierda a esos forros poco creíbles
que con su fe fraudulenta
matan a millones de eternas inteligencias
Les digo a ustedes. Los muertos: no van a ningún lado
sólo si están vivos podrán llegar aquí, allá, a cualquier lado
El espíritu es más sabio que el cuerpo
Creer que la vida muere con el cuerpo
es estar enfermo del espíritu
El gran peligro es
pensar con el cuerpo que el espíritu es cosa efímera
La víctima de cáncer de espíritu saludable
no es una cosa terminal
y el cuerpo saludable frágil de espíritu
sí lo es
Como los peces son aguas animalizadas
nosotros somos espíritus humanizados
los peces van y vienen
los humanos también
la muerte de los peces
no es la muerte de las aguas
la muerte de tu cuerpo
no es la muerte de la vida
Así es
cuando digo que nunca conoceré mi muerte, creo en ello,
conmigo el espíritu emergió con su rostro humano
logré salir de la vida
vivo
Y no permitas que un cuerpo en una tumba
en cuya lápida podrás leer el nombre de Gregory Corso
te cause gracia, tiente esa risa tuya “Ja, ja”
“Él decía que nunca moriría,
mirá, el imbécil fue enterrado bien muerto”
Sólo tenés que saber que habrá un cielo
sobre esa tumba ahí
y transportará el tamaño de mi espíritu a todas partes
y esto es una mera suposición
porque quizás nunca verás esa tumba
seguramente yo nunca la veré
Así de este modo como los peces son al agua
así soy yo respecto de la tierra, el fuego, el aire
y así seré hasta tanto todos estos elementos
no estén más allí
Habré muerto en realidad
hasta entonces todavía seré
como ahora, como mañana
como ayer;
adiós, que tengan una buena vida
recuerden
que las personas
las más de las veces
no son confiables,
y son ellas, las que te dicen que tenés que morir;
te estaré viendo en mis ecos
la próxima vez.

Versiones de Esteban Moore. Buenos Aires.
Fotografía: Corso por Allen Ginsberg, década del ‘50.