3 de mayo de 2008

Las cornisas de Sophie II


SABADO. La larga noche crece.

No sé por donde voy. No sé qué camino he tomado en este laberinto. En cada paso que damos debemos tener la explicación de qué hacemos aquí, de por qué he llegado hasta este lugar. Había estado buscando esos escritos de Sophie Calle del que hablamos con Guadalupe hasta que los encontré y los releí, luego de años, casi con desesperación: “Nueve etapas de un calvario amoroso”. La historia de amor/desamor de una chica, Sophie, que no es cualquier chica –léase artista conceptual, fotógrafa, exhibicionista ante todo, francesa, exorcista de su propio dolor a través de una vasta obra–. La cosa es así: conoce a un retratista norteamericano, Greg Shepard, en un bar hace un buen tiempo. Él le presta las llaves y desaparece por un tiempo. Allí ella encuentra una nota en un trozo de papel debajo de un paquete de cigarrillos: ‘Resoluciones para el nuevo año: no mentir más, no morder más’. Dormirá esa noche sola.
Cuando has tenido en tu camino, por unas horas/días/semanas, a una chica hecha de luz, es difícil sacar de tu cabeza eso que no sabés en qué catálogo de tus relaciones poner, si es que lo único que conociste de ella fue intensidades/deseos/laberintos/partidas. ¿Podríamos entender esa nota?
A ver, una adivinanza ¿Cuál es la mejor parte del sándwich?. ¿Arriesgás? Pedí ayuda si querés. ¿Para vos es el jamón?, ¿el pan? No, no al menos para mí. Es la mordida.
La inquietante de Sophie, que se la ha pasado husmeando en vidas ajenas y desnudando todas las suyas, concibe desde ese punto de partida un puñado de obras que ví en video (No sex last night que fue estrenado en los canales comerciales de televisión y que describirá el viaje de la pareja a una iglesia de Las Vegas para casarse con un par de anillos arrendados), que leí (Nueve etapas de un calvario amoroso), y que llevó a exposición como “El marido”. Es el corolario de un matrimonio fallido: comienza cuando Shepard le regala La carta de amor, una pintura del siglo XIX. Sigue el martes 10 de marzo de 1992, a las 11 y 50, cuando “me arrojó a la cara los siguientes objetos: una cacerola vacía, un tostador de pan, un sofá amarillo de dos plazas, cuatro cojines, una biografía de Bruce Nauman y un teléfono negro que me destrozó el tabique. Quedaba un agujero en el muro: lo oculté detrás de nuestra fotografía de boda”. Y continúa con un capítulo titulado La rival: en él descubre que nadie, jamás, le ha escrito una carta de amor.
La coronación de ese amor con anillos alquilados en un local de casamientos express al borde de una ruta en Las Vegas terminaría tiempo después con la ruptura. Al final, llegan otros hombres, amantes necesarios, que alimentan el capítulo El Otro, donde Sophie apunta: “Me gustaba este hombre, pero, desde nuestra primera noche de amor tuve miedo de mirarle. Aún creía amar a Greg, y temía ser invadida por la idea de que el hombre que estaba en mi cama no era el bueno. Preferí cerrar los ojos. En la oscuridad, al menos, subsistía la incertidumbre. Un día cometí la torpeza de decirle por qué, en la cama, mantenía los párpados cerrados. No dejó traslucir nada de sus pensamientos. Meses más tarde, liberada por fin del fantasma de Greg y de mis dudas, abrí los ojos, segura ya de que era a él a quien quería ver. No sabía que sería nuestra última noche: él iba a dejarme. "Lo que sucede posee tanta anticipación que no podemos nunca atraparlo y conocer su verdadera apariencia" (R. M. Rilke)”

Fotografía: Sophie Calle. "El rehen". De la serie 'Nueve etapas de un calvario amoroso'.