“Ella viene a verle los miércoles por la tarde y únicamente quiere sexo. El taxi la espera. No hablan de nada en particular y hay silencios en los que sólo se miran. Pero ninguno de los dos quiere retirarse y algo ocurre entre ellos porque se incorporan a la vez y, sin decir nada, se tumban al lado de la mesa.
A la misma hora de la semana siguiente se presenta de nuevo en la puerta. Se desvisten inmediatamente. Ella se marcha, sin haber dormido, pero él ha notado cómo daba cabezadas antes de obligarse a despabilar. No tiene idea de dónde vive ni de dónde procede.
Ya no viene a la casa sino que baja directamente al sótano que él no puede permitirse amueblar y donde ha puesto en la moqueta mantas y edredones. Una habitación donde todo está permitido menos la claridad. Si el sexo es una forma de conocer a otras personas ¿qué sabe de ella?”.
La sinopsis es letra pura del gran Hanif Kureishi acerca de “Nightlight”, que terminaría tomando forma bajo el título de “Intimidad” (Intimacy), film del francés Patrice Chereau circa 2001. Y Kureishi no es otro que el de aquella esencial ‘El budha de los suburbios’ y ‘Album negro’ y también guionista de ‘Mi hermosa lavandería’, ‘Sammy y Rosie van a la cama’ y de la reciente ‘Venus’.
Ambos, en esta “brutal historia de la noche en la que un hombre abandona a su mujer e hijos y se funde con la historia del hombre que ha olvidado cómo amar”, consiguen –uno aportando una novela y un cuento y el otro fusionándolos– desnudar con crudeza la desazón de los amantes físicos, íntimos, desconcertados con sus propias vidas y sus propias soledades.
Chereau cuenta que tenía la historia de un hombre que “malvivía en un sótano de Londres y tenía una relación secreta y silenciosa con una mujer que iba a su casa cada miércoles a una hora concreta. Hacían el amor y no hablaban. Aquí es dónde arranca la historia”. Y enloquecidas seguían las preguntas: ¿Quiénes son? ¿Qué quieren y cómo van a seguir? ¿Cuándo aparece el amor en su “juego amoroso”? ¿Qué significa hacer el amor con una persona? Y ¿qué significa formar una pareja? ¿Durante cuánto tiempo?.
Aprendemos solo de nosotros mismos, de los caminos que elegimos, aunque no siempre. La complejidad de las relaciones humanas en el mundo que nos toca vivir tiene en el sexo una indagación inquietante sobre cómo juega en ese mundo de relaciones que establecemos. Aquí quizás se trate de seres agobiados, desesperados y temerosos de sus propias vidas, de su intimidad, de correr riesgos.
Con algo de todo seguramente sin aceptarlo, y hasta quizás desconociéndolo o sumiéndolo en el silencio interior, debemos ir por la vida.
Kureishi, dueño de una obra exquisita como novelista y guionista, apuntaba tiempo atrás que “entre la clase media de la Gran Bretaña actual, el pensamiento y la discusión son casi actividades tabúes. El otro tabú, que ha reemplazado a la muerte en su inaceptabilidad, es el dinero. A medida que nuestra sociedad se ha ido dividiendo, el reconocimiento de tal división -que es de carácter financiero, un asunto de poder económico- está fuera de lugar. Por lo tanto, no se habla de dinero.
Junto con este silencio financiero, y apuntalando más la división social y el tabú, está la prohibición de pensar. La discusión sobre un tema serio, hasta llegar a una conclusión por medio de la lógica, o la presentación de argumentos y réplicas son una vergüenza social inaceptable. Simplemente, no se discute; viene a ser más o menos tan inútil como remar. En Inglaterra la gente tiene opiniones, pero se forman en privado y se mantienen en público pese a todo, aunque a menudo son muy equivocadas.
Existe una inseguridad y una postura defensiva reales, un miedo victoriano a revelar los genitales de una idea, el pezón de un conocimiento o el sexo de un silogismo. Mientras que el exhibicionismo sexual y la discusión sobre posturas y eyaculaciones está de moda, es lo ortodoxo, el pensamiento y el debate son evitados”.
No sé que he estado pensando todo este tiempo. La verdad agobia como la mentira, pero lo que es seguro es que la primera esclarece, da luz, aclara.
Sea bienvenida la palabra, la voz que habla, que dice, que confronta, que inquiere, que pronuncia, que alumbra la oscura intimidad de nuestros propios sótanos abriendo todas las ventanas de casa.
A la misma hora de la semana siguiente se presenta de nuevo en la puerta. Se desvisten inmediatamente. Ella se marcha, sin haber dormido, pero él ha notado cómo daba cabezadas antes de obligarse a despabilar. No tiene idea de dónde vive ni de dónde procede.
Ya no viene a la casa sino que baja directamente al sótano que él no puede permitirse amueblar y donde ha puesto en la moqueta mantas y edredones. Una habitación donde todo está permitido menos la claridad. Si el sexo es una forma de conocer a otras personas ¿qué sabe de ella?”.
La sinopsis es letra pura del gran Hanif Kureishi acerca de “Nightlight”, que terminaría tomando forma bajo el título de “Intimidad” (Intimacy), film del francés Patrice Chereau circa 2001. Y Kureishi no es otro que el de aquella esencial ‘El budha de los suburbios’ y ‘Album negro’ y también guionista de ‘Mi hermosa lavandería’, ‘Sammy y Rosie van a la cama’ y de la reciente ‘Venus’.
Ambos, en esta “brutal historia de la noche en la que un hombre abandona a su mujer e hijos y se funde con la historia del hombre que ha olvidado cómo amar”, consiguen –uno aportando una novela y un cuento y el otro fusionándolos– desnudar con crudeza la desazón de los amantes físicos, íntimos, desconcertados con sus propias vidas y sus propias soledades.
Chereau cuenta que tenía la historia de un hombre que “malvivía en un sótano de Londres y tenía una relación secreta y silenciosa con una mujer que iba a su casa cada miércoles a una hora concreta. Hacían el amor y no hablaban. Aquí es dónde arranca la historia”. Y enloquecidas seguían las preguntas: ¿Quiénes son? ¿Qué quieren y cómo van a seguir? ¿Cuándo aparece el amor en su “juego amoroso”? ¿Qué significa hacer el amor con una persona? Y ¿qué significa formar una pareja? ¿Durante cuánto tiempo?.
Aprendemos solo de nosotros mismos, de los caminos que elegimos, aunque no siempre. La complejidad de las relaciones humanas en el mundo que nos toca vivir tiene en el sexo una indagación inquietante sobre cómo juega en ese mundo de relaciones que establecemos. Aquí quizás se trate de seres agobiados, desesperados y temerosos de sus propias vidas, de su intimidad, de correr riesgos.
Con algo de todo seguramente sin aceptarlo, y hasta quizás desconociéndolo o sumiéndolo en el silencio interior, debemos ir por la vida.
Kureishi, dueño de una obra exquisita como novelista y guionista, apuntaba tiempo atrás que “entre la clase media de la Gran Bretaña actual, el pensamiento y la discusión son casi actividades tabúes. El otro tabú, que ha reemplazado a la muerte en su inaceptabilidad, es el dinero. A medida que nuestra sociedad se ha ido dividiendo, el reconocimiento de tal división -que es de carácter financiero, un asunto de poder económico- está fuera de lugar. Por lo tanto, no se habla de dinero.
Junto con este silencio financiero, y apuntalando más la división social y el tabú, está la prohibición de pensar. La discusión sobre un tema serio, hasta llegar a una conclusión por medio de la lógica, o la presentación de argumentos y réplicas son una vergüenza social inaceptable. Simplemente, no se discute; viene a ser más o menos tan inútil como remar. En Inglaterra la gente tiene opiniones, pero se forman en privado y se mantienen en público pese a todo, aunque a menudo son muy equivocadas.
Existe una inseguridad y una postura defensiva reales, un miedo victoriano a revelar los genitales de una idea, el pezón de un conocimiento o el sexo de un silogismo. Mientras que el exhibicionismo sexual y la discusión sobre posturas y eyaculaciones está de moda, es lo ortodoxo, el pensamiento y el debate son evitados”.
No sé que he estado pensando todo este tiempo. La verdad agobia como la mentira, pero lo que es seguro es que la primera esclarece, da luz, aclara.
Sea bienvenida la palabra, la voz que habla, que dice, que confronta, que inquiere, que pronuncia, que alumbra la oscura intimidad de nuestros propios sótanos abriendo todas las ventanas de casa.