30 de mayo de 2008

Comido por el viento


“No he jurado olvidarte, no podría hacerlo, repito en silencio caminando por el laberinto de recuerdos alimentados de tus pasos sobre mi espalda. No me pidas tampoco que vuelva sobre mí, que baje por las escaleras de tu amnesia, que me abandone fuera de tus playas. No me pidas que olvide lo que aún no he terminado, ni he vivido acaso, aunque sepa que en la larga noche del sueño la memoria olvidará alguna verdad que tatuaste en mí cuando dormía o ardía dentro de vos. No me lo pidas. Todo será inútil. Camino por el cuarto del viejo hotel del baño al balcón al teléfono a la puerta a los techos al alba. Tu voz se cuela al contestador, mientras la cama destendida dibuja tu pálida desnudez. Ya no habrá reconstrucción del hecho, me propongo como una letanía que conduzca a la emancipación de tus abrazos.
Sé de lo que huyo, no sé lo que busco. El bálsamo sería el olvido, exiliarme de tus montañas de tus mares, de tus mesetas de tus tempestades. Desterrarme de tu bosque. La cura sería mi propio hospicio, mi naufragio voluntario”, escribo en el ‘Diario de los Amantes Adormecidos’.
El avión parte al mediodía. Córdoba está súbitamente desnuda de tantas mañanas sin ahora, sin siempre. ‘El olvido’ de mi Pizarnik me asalta en el aeropuerto.
“en la otra orilla de la noche
el amor es posible
–llévame–
llévame entre las dulces sustancias
que mueren cada día en tu memoria”.
La luminosa belleza, la más desnuda belleza del bosque en el silencio musical de los abrazos, se ha marchado de la ciudad. Me voy quedando sin señal. La voz de Cat Power resuena aún en el preembarque. Solo me queda partir.
No sé que me ha llevado a dejar mi inconsistente locura arrumbada en un ropero como una camisa que ya ni uso mientras la vida nos va llevando hacia un sitio del que poco sabemos y nosotros haciéndonos la idea de que ese lugar estará lo suficientemente santificado como para que lave todas nuestras culpas, todos nuestros pecados. Al diablo con eso.
No sé que estado pensando en todo este tiempo cuando dejé atrás todos los miedos terrenales mientras el avión despegaba. Dicen las estadísticas que hay cerca de 500.000 aviones surcando los cielos, mientras esta pesada máquina sujeta a las leyes de la gravedad se eleva. Vuela.
Y todo, aunque quede atrás, no logra echarse fuera de nuestras cabezas. No logramos olvidar lo que queremos olvidar ni mucho menos lo podemos recordar. Solo el tiempo lo hace por nosotros. Debo entender de una vez por todas que nunca fue real esa pequeña cajita donde de chicos creíamos que pondríamos todo lo malo adentro y arrojándola muy lejos aquello quedaría fuera de nosotros.
Memoria: memor-oris, el que recuerda.
Recordar: ricordis, volver a pasar por el corazón.
‘Memoria: facultad de reproducir en la conciencia ideas o impresiones pasadas’.
Los hombres a veces torpemente exorcizamos el dolor caminando por él como por brasas ardientes. Lo que no sabemos es cuánto debemos andar sobre ellas. Desde luego que he pensado muchas veces que ese dolor nos hace más fuertes, revela nuestras vulnerabilidades. Pero otras tantas la misma memoria nos hace rehenes de aquello que nos lastima. He elegido vivir con cicatrices, llagas que como animales curo lamiéndolas, curarlas con sal. Duele, pero cierra las heridas. Es mi memoria física, mi relato primitivo.
Pamela postea “quiero no olvidar: la fiereza de la vida. y el calor de tus ojos”. Buenos Aires me espera con una dinastía de soles. Debajo de mi remera hay un torrente que canciones que me llevan a tus alucinaciones. Quiero seguir volando comido por el viento.